viernes, 8 de septiembre de 2017

¿Cuál es la prisa?


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En la sociedad del sistema escolarizado la prisa importa, siempre hay que buscar el maternal que tenga estimulación temprana, y el preescolar que enseñe a leer primero, y la primaria que más actividades tenga, porque los niños deben aprender todo, más temprano, más rápido, mejor. Y en esa vorágine de actividades lo único que logramos es niños cada vez más cansados, más estresados, más inseguros y poco responsables.

¿No se supone que el homeschooling debería estar exento de todo eso?

Veo que no. Cada vez es más común leer en los distintos grupos de HS mensajes sobre niños de 5 años, de 3, de 2 o de escasos meses, cuyas madres están “desesperadas” o “preocupadas” porque no se comportan como los súper niños que salen en tantos artículos de noticias sensacionalistas que ya saben “leer” a los 11 meses o son genios en matemáticas a los 4 años, o hablan varios idiomas desde los 3.

Perdón, no sabía que estábamos en competencia.


No llevo mucho haciendo homeschooling, unos dos años; entre las muchas razones para hacerlo, el recuperar la tranquilidad fue una de las más importantes. Lograr que mi hijo viva a su tiempo, a su ritmo, sin prisas, creo que ha sido una de las mejores cosas que hemos ganado. Y creo que debería ser una de las razones más fuertes de todas las familias que hacen homeschooling, porque ¿cuál es la prisa?

¿Por qué tenemos esa necesidad de que nuestros hijos vayan más rápido y mejor que los demás? 

María Montessori decía que el problema de las escuelas es que no educaban para la paz, educaban para la competencia y eso era la raíz de todas las guerras. Tenía razón.
Les he de ser sincera que al principio de mi maternidad también quería todo rápido y mejor para mi hijo, pero ¿realmente eso era bueno para él? ¿Acaso él me estaba pidiendo eso? Pues no. Realmente era el reflejo de mi propio deseo de sobresalir, de que mi hijo fuera mejor que los demás. Digo, es muy normal como madre querer que nuestros pequeños sean los más guapos, los más listos, los más sensibles, los más geniales… pero no es realista. Y carga a nuestros hijos de expectativas que no son suyas. Los vuelve ansiosos y con poca autoestima.

¿Quieres un hijo con buena autoestima? ¿Fuerte? ¿Preparado para el éxito? 

Pues no te proyectes en él. Déjalo ser. Sobretodo déjalo ser niño. Ser niño es tener curiosidad sobre por qué vuelan las mariposas, pero no querer una clase sobre tipos de mariposas y su clasificación. Es desear hablar con sus padres sobre la luna y las estrellas, pero no recibir como respuesta una clase de astronomía. Es aprender a andar en bicicleta y mojarse en la lluvia sin que le expliquen las leyes de la aerodinámica y el ciclo del agua.

¡Vamos! Lo van a aprender, pero no todo junto, ni todo rápido, ni siquiera lo aprenderán todo.

Hay niños que nacen con un interés por aprender, otros que lo desarrollan con el tiempo y otros que jamás lo manifiestan, y aun así todos aprenden. Y todos serán exitosos de una manera u otra. A lo mejor no de la manera que nosotros entendemos o deseamos que lo sean, pero sí de aquella que sea como ellos buscan.
Ser padres es aprender a dejarlos ser, al tiempo que los ayudamos a encontrar la mejor versión de sí mismos. En serio, no corramos prisa. La vida igual pasará y nos perderemos lo verdaderamente importante. Su sonrisa cuando brinca un charco, sus manos llenas de lodo, sus raspones en la rodilla, sus ojos brillantes al lograr descubrir algo por sí mismo, sus besos, sus abrazos, sus sonrisas, sobre todo sus sonrisas. No apaguemos eso sólo para que aprenda matemáticas, la aprenderá igual si le damos su espacio y su tiempo.

Recordemos que “educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía” (John Ruskin).

lunes, 1 de mayo de 2017

El mito de la socialización



Si existe un tema con el que todos los padres homeschoolers nos enfrentamos tarde o temprano ese es la socialización. La famosa socialización que nuestra familia, nuestros amigos, nuestros conocidos y hasta nuestros desconocidos esgrimirán como arma de enristre para demostrarnos el error de educar en casa.
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Es típico que nos digan ¿y la socialización? Y lo dicen como si supieran de qué hablan. O nos arremeten ¿pero fuera de la escuela cómo va a socializar tu hijo o hija? Otro argumento ¿no será que lo estás aislando del mundo? Y así podría listar preguntas por el estilo, unas más y otras menos respetuosas, dependiendo del grado de confianza que tengamos con el que estamos hablando.
Pues bien, estas preguntas sólo demuestran una cosa: estas personas ignoran por completo qué es la socialización. Y en este pequeño post me permitiré definirla de acuerdo a diversos estudiosos de la pedagogía, para que todo aquel padre o madre que quiera defenderse pueda hablar con conocimiento de causa.
Punto número uno: ¿A qué nos referimos con socialización?
Veamos diferentes definiciones del término:
“Proceso mediante el cual se transmite al individuo, durante su desarrollo y maduración, el conocimiento de la cultura, sus reglas, normas y expectativas” (Ridruejo, 1996).
“Proceso por el que cualquier persona adquiere habilidades, roles, normas y valores sociales, así como patrones de personalidad” (Llor, Abad, Gracia, & Nieto, 1995).
“Proceso que dura toda la vida mediante el cual adquirimos los patrones de conducta que nos ayudan a interactuar con otras personas” (Goode, 1983).
“Proceso por el cual el animal humano se convierte en ser humano y adquiere un yo, esto es adquiere identidad, ideales, valores y aspiraciones sociales” (Llor et al., 1995).
Y así podría seguir citando definiciones y autores, pero no le veo mucho sentido. Lo que me parece más correcto es analizar estas explicaciones de socialización. Iniciemos por darnos cuenta que todas hablan de un proceso. Esto es, la socialización es un proceso en el que se involucran diversos actores: el individuo, las personas que lo rodean, las instituciones. Y todo esto para que se logre una inmersión, una adaptación a la cultura en la que el sujeto vive.
En palabras más simples, socializar no es otra cosa que convivir con quien te encuentres a tu alrededor para aprender las normas del juego social.

Punto número dos: ¿En dónde socializamos?
Ahora bien, todos los autores pedagógicos como Piaget, Vigotsky, Coll, Díaz Barriga, etc.; al igual que todos los autores sociológicos como Durkheim, Bourdieu, Canclini y otros, coinciden en un punto: EL PRINCIPAL AMBIENTE SOCIALIZADOR ES LA FAMILIA.
Exactamente, la familia es el centro de los procesos socializadores, la primera institución con la que todo niño tendrá contacto. Es en la familia donde se establecen los primeros lazos afectivos, donde se sientan las bases del desarrollo moral, psíquico, actitudinal, físico y cognitivo del niño. Incluso Tedesco (1995) menciona que los niños y los jóvenes sufren un déficit de socialización porque el papel de la familia y de la escuela, que por tradición son considerados los agentes socializadores más importantes, se ha visto disminuido y modificado.
Esto resulta crucial, anteriormente, cuando la escuela se creó y se comenzó a institucionalizar, jugaba un papel secundario en el proceso de socialización, porque era el contacto del niño con el mundo exterior, con el mundo adulto, pero su familia seguía siendo el lugar donde adquiría normas, valores, lazos afectivos, donde construía su personalidad.
Con el paso del tiempo y la modificación de la sociedad debido a la economía, la familia comenzó a modificar su rol. Ahora ambos padres pasaban fuera la mayor parte del día porque trabajaban para mantener la familia; esto facilitó rupturas y reconstrucciones. Los padres comenzaron a centrarse más en sí mismos y sus éxitos, y menos en su papel de formadores de sus hijos. Entonces se comenzó a delegar esa función a la escuela. Y allí empezó la confusión con esto de la socialización.
Al olvidar su papel como principal institución socializadora, la familia perdió sus roles tradicionales, los padres comenzaron a esperar que fuera la escuela quien formara en sus hijos normas, valores, lazos afectivos y que les construyera la personalidad, olvidando así su importante e insustituible papel en ese proceso.
Las relaciones fuertes, significativas que proporcionaban anteriormente la vida familiar y en las cuales los niños aprehendían el sentido de una vida humana digna, se han debilitado. Los cambios en los roles del padre y la madre, las presiones económicas, entre otros factores, dificultan actualmente la interacción y comunicación de padres e hijos al interior de la familia.
Enviar a los hijos a la escuela ya no fue sinónimo de preparación académica, sino de preparación para la vida, una preparación en la que cada vez menos padres interfieren. Claro está, al suceder esto todo se tergiversó, porque la socialización se comenzó a ver como una asignatura más, y no como el proceso integral que debe ser. Un proceso que no termina nunca. Los seres humanos socializamos toda la vida y en todo momento. 
Punto número tres: ¿Y cómo les argumentamos?
Bueno, sabiendo ahora lo que ya les expuse resulta sencillo que hablen con las personas, no que discutan, la idea no es convencerlas de nuestro estilo de vida, sino de informarlas sobre la realidad de la socialización, explicándoles que la socialización es un proceso que inicia al momento que nacemos y que se da a lo largo de nuestra vida, la única manera en que nuestros hijos podrán escapar de la socialización es llevándolos a una isla desierta y dejándolos allí solos.
Mientras estén en familia, mientras vayan a fiestas, mientras asistas a cursos de natación o arte o manualidades o lo que sea, mientras salgan a la calle, mientras nos acompañen al súper, mientras hagan todo eso no podrán evitar socializar, porque tendrán que interactuar forzosamente con las personas a su alrededor.
Es más fácil socializar fuera de la escuela que dentro. Dentro de la escuela los niños son confinados junto a otros 20 o 30 niños en un salón de clase en el que no pueden hablar entre sí, pues si lo hacen serán castigados. Tampoco pueden jugar para aprender, y Vigostky y Ausubel han demostrado la importancia de la actividad lúdica y social para el aprendizaje. Mucho menos podrán interactuar libremente con sus compañeros. Deberán estar sentados tomando clase, en el mejor de los casos, podrán dar su opinión al levantar la mano a través de una dinámica controlada por el docente. Y así pasarán al menos 7 y media horas. La otra media hora será de recreo, único espacio libre donde socializarán con niños de su edad, pero no con todos, si acaso con uno o dos que serán sus amigos. A eso se reducirá su socialización dentro de la escuela durante los próximos 12 o 15 o 20 años.
En cambio, un niño homeschooler está socializando todo el tiempo, en casa puede hablar libremente, expresar su opinión, preguntar dudas a sus padres, jugar con sus hermanos. Cuando sale a la calle acompañando a alguno de sus padres entrará en contacto con otros niños y con otros adultos, en el súper, en el parque, en la fila del banco. Y en esos momentos aprenderán a relacionarse con todo tipo de personas. Aprenderán a gestionar su tiempo para no aburrirse.
Será un niño capaz de relacionarse con cualquier otro niño, porque no tendrá la presión social de su grupo de pares para que acepte o rechace a cierto tipo de pequeños, lo cual sí sucede en la escuela.
Y, finalmente, comprenderá que mientras viva y conviva seguirá socializando, creando lazos, aprendiendo reglas, asumiendo normas, alimentándose de la cultura a su alrededor.
Cosas así les pueden argumentar, claro que probablemente ni lo entiendan ni lo asuman, no importa, pero se siente bien cuando uno cuenta con todos los argumentos válidos para defender su postura.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Cansancio

Pregúntale a cualquier mamá si ama a sus hijos, te dirá que si; pregúntale si los cambiaría por otra cosa, te dirá que no; pregúntale si acaso no se cansa de estar siempre para ellos y te mentirá. Te mentirá quizá sin darse cuenta que lo hace, porque algo dentro de cualquier madre dicta que no debe sentirse cansada de sus hijos, que eso no es correcto y por eso contesta que no, que no le cansan; pero la realidad es muy diferente.

Los hijos en ocasiones agobian, incluso si es uno solo como en mi caso, y no lo hacen por ellos mismos, sino por la sociedad. Estamos tan acostumbradas a que se espere todo de nosotros, que sin darnos cuenta nos anulamos en muchos sentidos cuando nos volvemos madres.

En el caso de las madres homeschooler ese cansancio puede ser mucho más grande, pues a diferencia de otras nosotros estamos 24/7 con nuestros hijos. Todos los días a cada paso y momento. Y tan acostumbradas a sentir que debemos hacerlo todo por ellos, que sin darnos cuenta esa convivencia que debía ser enriquecedora se torna agobiante en ocasiones. 

Y no importa que tengamos un maravilloso esposo que nos apoya, que nos ayuda, que está allí para nosotros, de alguna manera sentimos que debemos cargar con toda la responsabilidad. Y lo hacemos porque nos han educado para ello. Es tan simple como la rutina que seguimos para salir, no falla, la madre prepara la ropa para los niños y para su esposo, no importa que el esposo diga que él mismo puede hacerlo, o que quiera encargarse de los hijos, de alguna manera nos la arreglamos para que él se sienta inútil y nosotras nos hagamos cargo de todo. El resultado es que terminamos arreglándonos al final, a las carreras y siempre sentimos que es injusto; pero no nos damos cuenta hasta qué punto nosotras cooperamos en esa "injusticia".

Al principio me pasaba mucho, mi esposo quería cambiarle los pañales a Sacha y no se lo permitía o lo quitaba, o le comenzaba a dar mil instrucciones, luego cuando ya no quería hacerlo más, me quejaba porque no me ayudaba con el niño. Hasta que él dijo basta y habló seriamente conmigo. Me dijo literalmente que lo dejará ser padre, que Sacha era hijo y responsabilidad de los dos, una responsabilidad compartida, que así como yo aprendía a atenderlo, darle de comer, cambiarlo y arrullarlo, así debía también hacerlo él, porque esto era trabajo en equipo, que no debía cargar con todo.

Y aunque entendí y comencé a no meterme tanto, de todas formas seguía sintiendo que todo era mi responsabilidad. Cuando iniciamos con el homeschooling planeé todas las actividades con mi hijo y olvidé a mi esposo. Cuando Miguel vio la planeación me dijo: -¿y a qué hora lo discutimos? No me incluiste-. Tenía razón, de nueva cuenta había hecho todo sola, y luego me sentía terriblemente agobiada y cansada con todo lo que tenía que hacer: mi trabajo, mis escritos, darle clases a Sacha, llevarlo a actividades compartidas, en fin todo yo; pero yo misma me lo había impuesto.

Es increíble cómo sin darnos cuenta vamos convirtiéndonos en esa todóloga con capacidades de pulpo y que funciona a pilas. Y luego nos sentimos cansadas, agobiadas, con demasiadas responsabilidades y quisiéramos tener tiempo para nosotras. 

Y lo más irónico es que si queremos tener tiempo para nosotras, sólo tenemos que dárnoslo. Sí, nosotras nos tenemos que dar permiso para ser nosotras mismas. ¿Contradictorio? Pues no, lo contradictorio es que no lo hagamos, que pasemos la vida tratando de encontrar un tiempo que nos podemos dar si tan sólo aprendemos a soltar un poco a nuestra familia.

¿Saben?, nuestros esposos también tienen dos manos, pueden aprender a cocinar, muchos de ellos gustan de participar en las labores del hogar. Y están también los hijos, que son parte de la familia y con quienes debemos compartir responsabilidades.

Cuando realmente aprendemos que la familia es un equipo y no una obligación, nos relajamos, nos vamos soltando, comenzamos a delegar responsabilidades. Quizá sigan existiendo días que nos agobien, pero serán los menos; tal vez todavía terminemos rendidas, pero nos sentiremos mejor con nosotras mismas porque parte de ese cansancio será del tiempo invertido en nuestras personas además de en las personas que amamos.

Creo que el secreto es dejar de sentir que somos las únicas que podemos hacerlo todo y comenzar a delegar, dejar que toda la familia participe en la construcción de la familia. Dejar de sentirnos el único pilar que sostiene el edificio, y darnos cuenta que sólo somos uno más de todos los pilares que existen en nuestro hogar, y que se vale darnos un tiempo fuera, un día de descanso. Que hay que compartir  la responsabilidad tanto como compartimos la felicidad.

No hay una forma fácil de desaprender lo que nos ha sido señalado como norma. Tampoco es fácil aceptarlo, porque nos hace sentir egoistas, pues se supone que debemos ser así, las que siempre estamos listas para todo, que podemos hacerlo todo, en todo momento y lugar. Pero no es cierto, nosotras somos humanas, nos equivocamos, nos enojamos, nos cansamos, nos desesperamos igual que el resto de los seres humanos. Y es perfectamente válido.

Quizá si nos vemos así, como personas con derecho a fallar, sea más fácil admitir que estamos cansadas, que queremos ayuda, y permitir que la ayuda llegue. Nuestra familia está ahí para eso y estoy segura que todos los esposos y los hijos están dispuestos a hacer su parte si tan solo se los permitimos.

Creo que es tiempo de dejar de idealizar a la figura materna y comenzar a humanizarla, en la medida que lo hagamos iremos soltando el mundo y el cansancio desaparecerá.