lunes, 19 de diciembre de 2016

Cansancio

Pregúntale a cualquier mamá si ama a sus hijos, te dirá que si; pregúntale si los cambiaría por otra cosa, te dirá que no; pregúntale si acaso no se cansa de estar siempre para ellos y te mentirá. Te mentirá quizá sin darse cuenta que lo hace, porque algo dentro de cualquier madre dicta que no debe sentirse cansada de sus hijos, que eso no es correcto y por eso contesta que no, que no le cansan; pero la realidad es muy diferente.

Los hijos en ocasiones agobian, incluso si es uno solo como en mi caso, y no lo hacen por ellos mismos, sino por la sociedad. Estamos tan acostumbradas a que se espere todo de nosotros, que sin darnos cuenta nos anulamos en muchos sentidos cuando nos volvemos madres.

En el caso de las madres homeschooler ese cansancio puede ser mucho más grande, pues a diferencia de otras nosotros estamos 24/7 con nuestros hijos. Todos los días a cada paso y momento. Y tan acostumbradas a sentir que debemos hacerlo todo por ellos, que sin darnos cuenta esa convivencia que debía ser enriquecedora se torna agobiante en ocasiones. 

Y no importa que tengamos un maravilloso esposo que nos apoya, que nos ayuda, que está allí para nosotros, de alguna manera sentimos que debemos cargar con toda la responsabilidad. Y lo hacemos porque nos han educado para ello. Es tan simple como la rutina que seguimos para salir, no falla, la madre prepara la ropa para los niños y para su esposo, no importa que el esposo diga que él mismo puede hacerlo, o que quiera encargarse de los hijos, de alguna manera nos la arreglamos para que él se sienta inútil y nosotras nos hagamos cargo de todo. El resultado es que terminamos arreglándonos al final, a las carreras y siempre sentimos que es injusto; pero no nos damos cuenta hasta qué punto nosotras cooperamos en esa "injusticia".

Al principio me pasaba mucho, mi esposo quería cambiarle los pañales a Sacha y no se lo permitía o lo quitaba, o le comenzaba a dar mil instrucciones, luego cuando ya no quería hacerlo más, me quejaba porque no me ayudaba con el niño. Hasta que él dijo basta y habló seriamente conmigo. Me dijo literalmente que lo dejará ser padre, que Sacha era hijo y responsabilidad de los dos, una responsabilidad compartida, que así como yo aprendía a atenderlo, darle de comer, cambiarlo y arrullarlo, así debía también hacerlo él, porque esto era trabajo en equipo, que no debía cargar con todo.

Y aunque entendí y comencé a no meterme tanto, de todas formas seguía sintiendo que todo era mi responsabilidad. Cuando iniciamos con el homeschooling planeé todas las actividades con mi hijo y olvidé a mi esposo. Cuando Miguel vio la planeación me dijo: -¿y a qué hora lo discutimos? No me incluiste-. Tenía razón, de nueva cuenta había hecho todo sola, y luego me sentía terriblemente agobiada y cansada con todo lo que tenía que hacer: mi trabajo, mis escritos, darle clases a Sacha, llevarlo a actividades compartidas, en fin todo yo; pero yo misma me lo había impuesto.

Es increíble cómo sin darnos cuenta vamos convirtiéndonos en esa todóloga con capacidades de pulpo y que funciona a pilas. Y luego nos sentimos cansadas, agobiadas, con demasiadas responsabilidades y quisiéramos tener tiempo para nosotras. 

Y lo más irónico es que si queremos tener tiempo para nosotras, sólo tenemos que dárnoslo. Sí, nosotras nos tenemos que dar permiso para ser nosotras mismas. ¿Contradictorio? Pues no, lo contradictorio es que no lo hagamos, que pasemos la vida tratando de encontrar un tiempo que nos podemos dar si tan sólo aprendemos a soltar un poco a nuestra familia.

¿Saben?, nuestros esposos también tienen dos manos, pueden aprender a cocinar, muchos de ellos gustan de participar en las labores del hogar. Y están también los hijos, que son parte de la familia y con quienes debemos compartir responsabilidades.

Cuando realmente aprendemos que la familia es un equipo y no una obligación, nos relajamos, nos vamos soltando, comenzamos a delegar responsabilidades. Quizá sigan existiendo días que nos agobien, pero serán los menos; tal vez todavía terminemos rendidas, pero nos sentiremos mejor con nosotras mismas porque parte de ese cansancio será del tiempo invertido en nuestras personas además de en las personas que amamos.

Creo que el secreto es dejar de sentir que somos las únicas que podemos hacerlo todo y comenzar a delegar, dejar que toda la familia participe en la construcción de la familia. Dejar de sentirnos el único pilar que sostiene el edificio, y darnos cuenta que sólo somos uno más de todos los pilares que existen en nuestro hogar, y que se vale darnos un tiempo fuera, un día de descanso. Que hay que compartir  la responsabilidad tanto como compartimos la felicidad.

No hay una forma fácil de desaprender lo que nos ha sido señalado como norma. Tampoco es fácil aceptarlo, porque nos hace sentir egoistas, pues se supone que debemos ser así, las que siempre estamos listas para todo, que podemos hacerlo todo, en todo momento y lugar. Pero no es cierto, nosotras somos humanas, nos equivocamos, nos enojamos, nos cansamos, nos desesperamos igual que el resto de los seres humanos. Y es perfectamente válido.

Quizá si nos vemos así, como personas con derecho a fallar, sea más fácil admitir que estamos cansadas, que queremos ayuda, y permitir que la ayuda llegue. Nuestra familia está ahí para eso y estoy segura que todos los esposos y los hijos están dispuestos a hacer su parte si tan solo se los permitimos.

Creo que es tiempo de dejar de idealizar a la figura materna y comenzar a humanizarla, en la medida que lo hagamos iremos soltando el mundo y el cansancio desaparecerá.

jueves, 6 de octubre de 2016

Mamá homeschooler y profesionista exitosa ¿Se puede?




Fue una de las primeras preguntas que me asaltó cuando en familia decidimos seguir este camino. Aunque no trabajo en una empresa con horarios, sino por mi cuenta en mi pequeña oficina en casa (que se resume a un escritorio con computadora en un rincón), igual tuve mucho miedo de no poder ofrecerle a mi hijo “todo” lo que tendría en una escuela. Y al principio así fue, porque quería darle clases de 8:00 am a 2:00 pm y encargarle tareas para la tarde. Es decir, repetir el mismo sistema erróneo del que veníamos escapando.

Gracias al apoyo de grupos como Alas, Educriar y Homeschooling/Educación en Familia me fui tranquilizando. Dejé descansar a mi hijo varios meses, más de seis. En todos esos meses no hizo nada de estudio, sólo jugaba, veía la tele, usaba su tableta, salía con los vecinos, pero nada de actividades académicas.

Obviamente él era feliz y yo también, podía dedicar todo mi día a trabajar en mis proyectos mientras mi hijo hacía lo que quería. Pero llegó un momento en que él mismo me pregunto “Mami ¿y cuándo voy a aprender?” Eso me regresó a la realidad. Tenía que diseñar un plan de trabajo y compaginar mi vida profesional con sus clases. Y justo en el momento en que surgían de la nada proyectos y más proyectos, todos interesantes.

En un principio sentí que tenía que sacrificar mis intereses, dejar de lado mis oportunidades de vida y volcarme en mi hijo. Lo platiqué con mi esposo y él me hizo reflexionar. Me dijo que si hacía eso siempre estaría resentida con Sacha, aunque lo hiciera con todo el amor del mundo, tarde o temprano me iba a pesar. Me recordó que algún día, no tan lejano como quisiera, nuestro hijo iba a crecer, a ser independiente y a irse en busca de su oportunidad para realizarse. Y que cuando eso pasara, las oportunidades que ahora desperdiciaba no iban a presentarse.

Para serles sincera me debatí bastante entre lo que consideraba “mi deber de madre” y “mi realización personal”. Sentía que Miguel no entendía el asunto porque estaba lejos, él trabaja fuera y sólo viene los fines de semana. De alguna manera me enojé porque pensaba que él la tenía fácil. Pero era sólo porque no estaba viendo el panorama completo.

Me planteé la posibilidad de convertirme en “superwoman”, ya saben esa mamá que saca tiempo para trabajar, atender a los hijos, limpiar la casa, organizar ventas de caridad y cocinar postres riquísimos todas las tardes. Pero siendo muy sincera, a menos que lograra duplicarme para estar en dos lugares al mismo tiempo, no iba a ser posible.

Por otra parte, también me planteé el dejar que Sacha siguiera siendo libre y no hiciera nada, después de todo, el niño aprende todo el tiempo, de la tele, de los videos, de la interacción con los demás. Bien podría aferrarme al unschooling y olvidarme del asunto. Pero no me sentía cómoda con eso y Sacha tampoco. Era muy importante eso, mi hijo estaba motivado para iniciar clases, quizá no convencionales, pero clases al fin y al cabo, me pedía ser una guía, porque sentía que aún no estaba listo para asumir por completo su aprendizaje. No podía dejarlo solo si él me lo requería.

En esos dilemas estaba cuando las cosas comenzaron a aclararse. Me invitaron a dar una conferencia sobre Bienestar Animal, entre semana. Tendría que llevarme a Sacha a un auditorio lleno de personas y sentarlo en algún lugar donde lo pudiera vigilar, pero que no interrumpiera la conferencia. Me dije, “ok, sí se puede”. Preparé mi charla, mi presentación, le permití llevar su tableta y sus audífonos para que se entretuviera. Pero al llegar al lugar, oh sorpresa, el podio era muy pequeño y los lugares del frente estaban reservados para invitados.  ¿Dónde iba a colocarlo?

Él mismo encontró su lugar. Se sentó junto al podio, dando la cara a todos los asistentes, como si fuera parte de la conferencia. La persona que me invitó estaba un tanto nerviosa y me dijo algo como que los niños se aburren e interrumpen o cosas así. También estaba asustada, sentía que me vería poco profesional con mi niño ahí, a un lado, interrumpiéndome para decirme cosas como “quiero ir al baño” o algo por el estilo. Pero ya estaba ahí, tenía que seguir.

Preparé todo, hablé con Sacha y le expliqué que era necesario que no interrumpiera porque mamá tenía que hablar con las personas que estaban sentadas. Mi hijo sonrió. Comencé la charla y, como siempre, busqué hacerla interactiva invitando al público a participar conforme iba avanzando. No era un público muy participativo, pero de pronto, cuando hablaba de la importancia de socializar adecuadamente a las mascotas, principalmente a los perros para evitar accidentes, mi hijo se paró frente a mí y alzó la mano.

Allí estaba el momento que la organizadora y yo temíamos, aún así le di la palabra, lo había hecho con otras dos personas del público que habían participado respondiendo a mis preguntas, así que sentí que tenía que respetar la dinámica. Con la mayor soltura que pude le dije ¿sí? ¿Qué deseas decir? Mi hijo se volvió al público y dijo: Quiero contar mi experiencia con un perro que no estaba educado. Y se soltó a platicar lo que le sucedió de bebé con una perra rescatada por mí y a la que no había socializado adecuadamente, contó cómo lo atacó, cómo mi otra perra lo defendió y la suerte que tuvo de que yo supiera cómo intervenir para detener el ataque.

Lo hizo con sus palabras y a su manera, y logró lo que yo no había podido hacer: generó empatía con el público. A partir de allí la charla se relajó, hablé mucho más sueltamente, las personas comenzaron a participar más abiertamente, a preguntar y a responder. Ahí me di cuenta que no tenía que competir con mi hijo para ver quién era el que debía realizarse profesionalmente, lo que debía hacer era aprender a trabajar en equipo.

Así lo he hecho desde entonces. Sí planifiqué un temario que vamos a abarcar este ciclo escolar, planifiqué actividades y resultados que esperamos obtener. Lo hice basándome en los intereses de mi hijo. Observé que con dos horas al día, casi todos los días, Sacha avanzaba lo suficiente para cubrir el temario. Además, comencé a platicarle mis proyectos. Algunos le interesan y otros no. Lo mismo sucede con sus propios proyectos.

La verdad es que no es que Sacha sea parte de mis actividades, sino que aprendí a confiar en su capacidad para interactuar con las personas y, más importante, aprendí a confiar en la manera en que lo estaba educando. Ahora tengo mis agendas, busco que mis actividades me den tiempo de trabajar con él, pero no siempre es posible. Y eso está bien. El disfruta que haya semanas que estudiamos todos los días y semanas en las que sólo lo hacemos un día o dos. Aprende a administrar su tiempo. Comienza a ponerse sus propias metas.

Todo es un proceso y cada experiencia es diferente, pero si algo he rescatado de todo esto es que sí se puede, se puede ser una profesionista exitosa y una madre homeschooler. La clave está en la comunicación con la familia, en la confianza de que cada uno hará su parte, en la organización de las actividades.

Después de todo, este camino que hemos elegido es de aprendizaje, no sólo de nuestros hijos, sino de nosotros mismos. Debemos mantener nuestra mente abierta a las posibilidades, ser capaces de adaptarnos a las circunstancias, flexibilizar nuestra vida y reconocer que no lo sabemos todo ni lo podemos todo, pero que si contamos con la familia, lograremos lo imposible.

martes, 26 de julio de 2016

Cuando las raíces te impiden volar



Recuerdo mi vida como hija y la sensación más fuerte que evoco es la necesidad de respirar libre. Mi familia de origen es fuertemente disfuncional, en ella predomina la violencia, el abuso verbal y la descalificación. 

Se supone que cuando uno crece en un ambiente así tiene dos opciones: repite el patrón o lo rompe fuertemente. La ruptura puede ser positiva o negativa. En mi caso, aunque en un principio tendía a la autodestrucción, encontré mi forma de lidiar con todo eso y remontar el vuelo: me convertí en escritora.

El arte puede ser una forma increíble de sublimación del dolor. 

Ahora como madre, la necesidad de romper patrones de conducta se ha vuelto mucho más apremiante. No ha sido fácil, pero cada decisión, cada paso, cada momento especial con mi hijo, me da la fuerza para transformar mi realidad personal y hacerla más agradable, más plena, más libre.

La vida como hijo de mi marido fue disfuncional también, pero en su familia predomina el silencio y la uniformidad. Nadie puede resaltar, todos deben permanecer con un perfil bajo, hacer lo que se espera de ellos. No hay espacio para la diferencia. Cada intento de ser diferente es cruelmente minimizado a través de la burla y la descalificación. Los sueños no se persiguen, se aplastan hasta desaparecerlos.

Su camino para evadir todo eso: irse a vivir lejos. La oportunidad de tener trabajo fuera de la ciudad le permitió replantearse su mundo. Sin embargo, igual que yo, sigue luchando por transformar su visión de la vida, aún lucha por darse ánimos para seguir sus sueños. Como padre, en ocasiones se ha visto reflejado en su hijo, y aunque su primera opción fue aplastar los sueños de Sacha, pronto se dio cuenta que en realidad quería apoyarlos.

Como pareja, nuestro camino en la mejora individual ha estado acompañado de una constante mejora como matrimonio. No es sencillo, pero el diálogo y las ganas de superarnos ayuda mucho. Hemos tenido todo tipo de aventuras como perder nuestra casa,  meternos en líos financieros, cambiar de ciudad varias veces y así hasta que nació Sacha.

Nuestro hijo nos trajo estabilidad geográfica, porque dejamos de mudarnos constantemente para darle a él raíces. Pero también nos esforzamos mucho más fuerte para ofrecerle alas. Como ya mencioné en otro post, primero probamos con la fórmula aprobada por la sociedad: trabajar ambos sin descanso para darle una educación privada que le permitiera acceder a un mejor y promisorio futuro económico.

Nuestras familias querían que Sacha estuviera en una escuela de paga, que fuera el abanderado, que tuviera muchas actividades extraescolares y una boleta llena de dieces. Y por un tiempo, nosotros nos apegamos a esa fórmula. Comenzamos a repetir nuestros propios patrones familiares.

De pronto me convertí en mi padre y mi madre, siempre enojada, siempre estresada, siempre minimizando todo logro de mi hijo. Un 8 era duramente rechazado porque debía sacar 10, pero un 10 era no tomado en cuenta, porque no era un logro, era sólo su responsabilidad. Y con mi esposo sucedía algo parecido, cuando Sacha mencionaba que quería ser piloto de coche o bailarín, inmediatamente mi esposo le decía que debía pensar en algo que le diera de comer, o se burlaba de él de alguna manera. No funcionó. Entonces volteamos al homeschooling.

Cuando reestructuramos nuestro estilo de vida y comenzamos a hacer homeschooling, también comenzamos a cambiar muchos patrones, porque tuvimos el tiempo para darnos cuenta de ello. Es decir, no habíamos caído en la cuenta que estábamos repitiendo aquello que odiábamos de nuestras familias, estábamos encarcelando a Sacha en una réplica absurda de lo que no queríamos.

Entonces comenzamos a cambiar y eso fue excelente, nuestro hijo, que es un adorado y lindo mocoso, muy independiente y con una autoestima en formación bastante bien puesta, reaccionó favorablemente. Imaginen una planta a la que le empiezas a dar agua, luz y cuidados: floreció.

El carácter de nuestro hijo es por naturaleza dulce y firme. Y nos hemos encargado de crearle un autoconcepto positivo, de recordarle que puede lograr todo lo que se proponga y eso ha hecho que nosotros mismos retomemos nuestros sueños y comencemos a luchar por ellos. Miguel retomó su gusto por la mecánica y yo retomé mis escritos y estoy por publicar mi primer libro de cuentos para niños. De pronto, todos estábamos encontrando nuestro camino.

Sin embargo, las sombras de los patrones familiares siempre están ahí. Dicen que no puedes huir de lo que llevas dentro y eso es cierto. Algo que aprendimos de nuestra constante mudanza, es que la distancia física no sirve si los miedos, las negaciones y los traumas los vas cargando contigo. Es sólo que al estar lejos todo parece más fácil, porque no tienes a la familia dándote lata para que seas como ellos esperan.

La ilusión de que habíamos logrado transformarnos se mantuvo hasta que tuvimos que regresar a nuestra tierra. Reiniciar nuestra vida cerca de mi familia y la de mi esposo ha sido caótico, y nos ha demostrado que no habíamos cambiado nada, que no habíamos superado nada y que teníamos los mismos miedos y traumas del pasado.

Escapar del pasado no ayuda, el pasado se acepta, se enfrenta y se supera.

¿Cómo?

Cada quien encuentra su forma. La nuestra ha sido mantenernos firmes en nuestras convicciones y nuevas maneras de ser, a pesar de que todos nos estén bombardeando constantemente. Claro, eso ha significado que nuestro hijo se ha tenido que enfrentar al rechazo de su propia familia, a las burlas de sus primas, a los miedos de sus abuelas, a las amenazas de un futuro de perdedor por parte de sus tíos. Quizá a muchos les parezca que eso es incorrecto, pero a nosotros nos parece que es justo lo necesario.

No puedes pretender que te sientes a gusto contigo mismo si no eres capaz de defender tu estilo de vida.

Claro que eso ha significado largas charlas con nuestro Sacha. Nuestro pequeño ha llorado y ha sufrido el dolor de ser rechazado por quienes debían protegerlo. Pero nosotros nos hemos encargado de que entienda que no hay maldad en ese accionar, sino una profunda ignorancia y una manera triste de ver la vida.

Para que él entienda y contextualice adecuadamente, le hemos ido contando la vida de sus abuelas, que fue muy dura. También le vamos contando anécdotas de nuestra niñez y cómo fuimos educados. Poco a poco, como si fuera un cuento, le vamos mostrando como no podemos juzgar a los otros, y que si ellos nos juzgan es porque no están preparados para comprender y aceptar al otro.

Eso ha sido sanador para nosotros mismos, porque muchas veces, el odio y el rencor que se pueden gestar entre padres e hijos proviene de la incomprensión de la realidad del otro. Sobre todo cuando has compartido esa realidad desde tu niñez.

Al narrar nuestras propias historias, al ayudar a Sacha a entender que el rechazo no proviene de la maldad ni del odio, sino del miedo, de un profundo miedo y de una ignorancia fundamental, nosotros mismos entendemos también y eso nos transforma.

Ahora sí podemos decir que estamos superando nuestros patrones familiares, porque los estamos comprendiendo y desentrañando. Porque ahora podemos abrazar a nuestras madres con amor, a pesar de que ellas estén enojadas y hayan lastimado a nuestro valioso y hermoso hijo. Ahora es que por fin podemos seguir adelante y ver hacia atrás sin ningún dolor.

No rechazamos el pasado y con eso le enseñamos a nuestro hijo que todo aquello que vivimos, lo bueno y lo malo, nos forma, nos convierte en lo que somos ahora. 

Si no hubiera tenido un padre violento y una madre sumisa, quizá no sería capaz de darme el valor que merezco tener, quizá no sabría reconocer la violencia y estaría permitiendo el abuso. El vivir ese ambiente me permitió ser una mujer fuerte, decidida, independiente emocionalmente.

Lo mismo sucede con mi esposo. Si él no hubiera experimentado la burla de su familia, si no supiera lo que es el fracaso, si sus sueños no hubieran sido aplastados, probablemente ahora no le estaría dando a su hijo la oportunidad de luchar por sus sueños, quizá no sabría cómo apoyarlo y ser el padre paciente y solidario que es.

Es cierto, nuestras familias no nos dieron alas por miedo a perdernos y en el proceso nos perdieron. No nos dieron raíces sanas por ignorancia y están pagando las consecuencias. Pero no podemos culpar a nuestros padres por ello.

Parte de madurar y de ser capaces de ser padres sanos que le ofrezcamos a nuestro hijo raíces sanas y alas fuertes, es precisamente tomar en nuestras manos la responsabilidad de nuestra propia vida y reconstruirnos a nosotros mismos.

Ahora, mi esposo y yo nos hemos convertido en árboles y nuestro pajarillo cada vez tiene las alas más fuertes, sé que pronto podrá volar y lanzarse al abismo, y estoy tranquila por ello. Tiene la raíz más importante: nuestro amor. Y las alas más hermosas: las que son libres del miedo.

sábado, 16 de julio de 2016

Mamá ¿y tú te vas a morir?

Hablar de la muerte no siempre resulta fácil, hacerlo con un niño es aún más complicado, pero podría ser muy sencillo, si abordáramos el tema con simplicidad.
El siguiente escrito es un cuento que hice para la hija de un querido amigo... tengo entendido que lo han compartido mucho en fotocopias, cuando lo escribí, pensaba en la manera en que quería que mi hijo visualizara y comprendiera la muerte... espero les guste.

La estrella más brillante

(Escrito el 20 de enero de 2016)

El domingo fue como cualquier otro domingo en la vida de Lula, se levantaron temprano, fueron a misa, luego a desayunar con los abuelos de papá y después a comer con los abuelos de mamá. Pasaron la tarde paseando y terminaron cenando en su pizzería favorita. Así eran todos los domingos desde que Lula se acordaba y le gustaba que fueran así. Toda la semana pasaba deseando que fuera domingo.

Un día, las cosas cambiaron. El sábado papá no había llegado de su trabajo, mamá la llevó a donde el abuelo y la dejó allí toda la noche con los ojos llorosos. Nadie le decía nada, pero los abuelos estaban preocupados. El domingo no fue como todos los demás.

Esa mañana los abuelos la despertaron temprano y la vistieron como para ir a misa, pero en lugar de eso la llevaron a un lugar lleno de personas llorando y corriendo. Con pasillos largos y llenos de asientos. Lula nunca había estado en un lugar así. Sus abuelos le decían hospital.

Cuando llegaron vieron a su mamá sentada en una banca llorando y estremeciéndose. Lula estaba asustada y desconcertada. Nadie le decía nada, sólo la llevaban de allá para acá y nadie le explicaba.

Allí con su madre, estaban sus otros abuelos. Todos lloraban. Comenzaron a abrazarse y a decirse cosas como “es tan injusto”, “era tan joven”, “todo por culpa de un inconsciente”. Lula no sabía a qué se referían y nadie quería explicarle. Todos la abrazaban y le decían que ahora tenía que ser muy valiente.

¿Por qué tenía que ser valiente? ¿Qué sucedía? ¿Por qué nadie le explicaba las cosas? ¿Dónde estaba papá? Esa última pregunta flotó en su cabecita mucho rato y la hizo llorar sin saber porqué. Entonces lo vio. Era un niño más pequeño que ella, que se asomaba a la ventana de ese gran hospital. Desde allí se veía el cielo y las casas abajo, porque estaban en un piso alto.

El niño no parecía estar haciendo nada, así que Lula se acercó y lo saludo.

-¡Hola! Me llamo Lula

-Hola –contestó el niño sin mucho entusiasmo

-¿Qué haces aquí? –preguntó Lula

-Mi abuelito acaba de morir, vine a despedirme

-¿Morir?

-Sí, es cuando una persona se va y ya no regresa. Mi abuelito me dijo que él sí va a regresar, pero después de mucho tiempo. Y también me dijo que me volverá a escoger como parte de su familia.

-¿Se puede escoger a la familia?

-¡Claro tonta! Antes de nacer Dios nos pregunta con quienes queremos ir y nos deja escoger

-Yo no sabía eso

-A lo mejor ya no te acuerdas, porque eres muy grande, pero yo sí qué me acuerdo, porque todavía soy pequeño

-¿Cuántos años tienes?

-Cinco –le dijo levantando su mano completa y mostrándosela a Lula

-Sí que eres muy chiquito, yo tengo siete y voy en segundo de primaria

-¿Y a ti quién se te murió?

-Nadie

-¿Entonces qué haces aquí?

-No lo sé, mis abuelos me trajeron y todos están ahí llorando –dijo Lula señalando a su familia – pero nadie me explica nada.

-Pues si estás aquí es porque alguien se murió. Mi mamá me dijo que aquí sólo están los que mueren.

Lula volteó de nuevo a ver a su familia y entonces se dio cuenta de todo. Luego, con una cara entre sorprendida y triste y con la voz a punto de estallar en llanto le dijo al pequeñito

-¡Se murió mi papá! –Y luego se soltó a llorar desconsoladamente.

El pequeño niño la miró, luego la abrazó muy fuerte y después le dijo

-No llores, si estás triste tu papá no podrá ser una estrella y entonces no podrá volver como mi abuelito

Todavía llorando Lula le respondió

-¿Cómo es eso? Eres un mentiroso, las personas no pueden volverse estrellas

-Sí que pueden. Te voy a contar lo que me dijo mi abuelo, pero es un secreto, no tienes que decirlo a nadie más ¿Me lo prometes?

-Ajá –asintió Lula, enjugando su llanto.

-Mira, cuando alguien se muere, su alma, que es una luz muy muy brillante, se sale de su cuerpo. Luego el cuerpo lo entierran y allí se lo comen los gusanos, pero ya no duele porque ya no tiene alma. Pero como su alma se queda afuera del cuerpo, necesita un lugar donde vivir, entonces sube muy muy alto, allá donde van los astronautas y llega al cielo. Cuando llega al cielo, Dios les pregunta qué quieren hacer y casi todos dicen que quieren volver a ver a los que aman. Así como mi abuelito me quiere mucho, entonces me dijo que le va a pedir  a Dios que pueda verme.

Entonces, para eso, Dios los convierte en estrellas. Entre más bueno es, más brillante es la estrella. Pero si lloras, no puedes verla y entonces no podrás saber si ya se convirtió o no en estrella. Por eso vine a esta ventana, estoy esperando que aparezcan las estrellas, entonces buscaré la más brillante y ese será mi abuelito.

En eso, una voz llamó al pequeño

-¡Lucas! Ya nos vamos

Lucas miró a Lula y le dijo: - vamos, no llores, busca la más brillante. Adiós.

Y se fue corriendo tras su madre.

Lula se quedó recargada en la ventana sollozando todavía y pensando en Lucas. Entonces sintió una mano tibia que le tocaba el hombro. Era su madre, quien le dijo:

-Lula, tengo que hablar contigo cariño, es muy importante – la voz de su madre sonaba muy triste y sola. Así que Lula entendió que era muy difícil para ella decirle las cosas. Es curioso cómo los niños entienden esto sin que nadie se los explique, pero así son, conocen más a sus padres de lo que ellos mismos creen. Así que Lula le dijo a su mamá:

-No te preocupes mamá, ya sé que mi papá se convirtió en una estrella. Ahorita que sea de noche, buscaré en el cielo la más brillante y seguro que será él. Y nos estará viendo y nosotras no debemos llorar, porque entonces no vamos a poder verlo.

Lo dijo todo con una sonrisa en la cara y con llanto en los ojos y su madre la abrazó muy fuerte, muy fuerte, sin decir nada.

Después de eso, los domingos no volvieron a ser iguales. Todavía iban a misa, todavía visitaban a los abuelos y comían en su pizzería favorita, pero todo había cambiado.

Las semanas pasaban una tras otra y cada vez Lula sentía que su papá se iba más y más lejos. Ya casi no podía recordarlo y tenía que ver las fotos para acordarse de él. Eso le daba mucha tristeza, porque Lula quería mucho a su padre y quería recordarlo siempre.

Entonces, una noche de domingo, después de la pizzería de siempre, Lula le pidió algo inusual a su madre.

-Mamá, hoy quiero que subamos a la azotea con las sillas del jardín y unas mantas.

-Nos vamos a enfriar Lula, no seas loca ¿para qué quieres hacer eso?

-Es que quiero ver a papá

La mamá de Lula se quedó sorprendida y entonces Lula le contó el encuentro que tuvo con Lucas ese día horrible en el hospital.

-Ese día nos fuimos de ahí y todo pasó rapidísimo mamá y en la noche ya no pude ver el cielo. Y luego lloramos mucho y pasaron muchos días y seguimos llorando y no hemos podido ver a papá. Casi no me acuerdo de él y quiero recordarlo.

Su madre asintió en silencio y prepararon todo. Ya en la azotea esperaron que salieran las estrellas. De pronto Lula señaló una muy brillante, la más brillante de todas y gritó sonriendo:

-¡Mira mamá, esa es, esa estrella es mi papá!

Esa noche, por primera vez después de muchos domingos, todo volvió a ser como antes.