martes, 28 de junio de 2016

Slow life




Hace todavía algunos años todo en mi vida era correr. Trabajaba en una oficina en un puesto relativamente importante, tenía que llegar temprano a supervisar y ordenar y hacer. Por lo mismo, mi hijo iba a una escuela en la que entraba a las 7:30 am, excelente horario para las madres que trabajamos. El también corría. Siempre ese despertarse a las cinco de la mañana, pues había que ganarle al tráfico, unos minutos más de sueño podrían significar hasta media hora atrapados en un tráfico que cada vez se hace más y más denso.

Corría todo el día en la oficina, corría a la hora de la comida porque tenía que pasar por mi hijo que salía a las 3:00 pm, a veces más tarde. Y de vuelta a correr porque a las cinco debía estar de nuevo en la oficina. Luego regresar a revisar tareas, a lavar uniformes, a limpiar la casa y preparar todo para el día siguiente. Otro día que sería exactamente igual, de prisas, de gritos, de perder la paciencia en el tráfico, de que mi hijo sólo me oyera exaltada, molesta, apurada.


No había descanso.


El domingo, único día que no debía ir a la oficina, era de trabajar en la casa. Es cierto, siempre apoyada por mi esposo que trabajaba fuera y venía los fines de semana, no lo dejaba descansar, había que limpiar a fondo, lavar ropa, prepara el menú de la siguiente semana, hacer las compras, quizá llevar a mi hijo a alguna fiesta. Rápido, rápido, que no alcanza el día, no hay tiempo, nunca hay tiempo.


Hasta que un día exploté.


Literalmente.


Me dio una tremenda migraña que por poco me lleva al hospital, me salvé de un infarto cerebral por poco. Y además, mi hijo, mi pequeño niño, presentó problemas muy graves en su intestino, debido al estrés. ¿Estrés? ¿Un niño de seis años estresado?


En serio tenía que reevaluar mi vida.


Fue ahí que me di cuenta que mi pequeño estaba consumiendo su hermosa vida, su pequeñita vida en correr como loco para satisfacer las necesidades de una sociedad insaciable. Y era la culpable, porque había sido yo quien decidiera dónde iba a estudiar, yo había buscado una escuela de “alto rendimiento” porque su futuro era muy importante. 

¿Cuál futuro? Estaba recibiendo ahora un tratamiento muy agresivo debido a sus problemas de intestino, pendía de un hilo la posibilidad de que lo operaran para cortarle un pedazo. ¡Mi hijo tenía 6 años y una salud propia de alguien de 40! ¿Cuál futuro?


Y luego estaba mi salud ¿y si hubiera tenido el infarto cerebral? ¿Y si hubiera muerto? ¿Y si…? Era claro que tenía que hacer algo. Pero necesitábamos mi trabajo, el sueldo de mi esposo no era suficiente.


Un momento… ¿suficiente para qué?


¿Para pagar una escuela que estaba matando a mi hijo de estrés? ¿Para pagar la gasolina que consumía atrapada en un tráfico infernal? ¿Para comer fuera cualquier porquería porque no siempre me daba tiempo de regresar a la casa a comer dignamente? ¿Para cubrir gasto de útiles, uniformes, tablets y toda una serie de cosas “necesarias”, que en realidad mi hijo no requería?


¡Diablos! ¡Necesitaba dinero para morir lentamente!


Eso que hacía no era vivir. Era matarse y de paso acabar con la vida de mi pequeño.


Hablé con mi esposo, había que reevaluar prioridades.


Por lo pronto, mi hijo dejó de ir a la escuela, no podía, debía seguir un tratamiento y una dieta estrictos, descanso alternado con ejercicio físico, nada de estrés, ni carreras por la mañana, ni presión por exámenes absurdos. Necesitaba recuperar su salud de niño de seis años.


Luego estaba yo, también requería descanso, no juntas en domingo, ni vacaciones eternamente aplazadas, no tráfico, ni gritos de mi jefe, ni tener que despedir subalternos, ni pleitos, ni desvelos hasta las 3 am para levantarme de nuevo a las 5 am.


Mi esposo me dijo que era mi decisión, él me apoyaría. Al trabajar fuera de la ciudad, en realidad no podía hacer más que eso.


Hablé con mi hijo, hablamos en familia. Nuestros gastos tuvieron que reducirse, pero incluso eso fue bueno. Cambiamos nuestra forma de vida radicalmente. Dejé de trabajar para otros y me volví freelance. Desde casa tengo un mejor control de mi tiempo, ahora tengo tiempo. Mi hijo dejó definitivamente la escuela, ahora estudia en casa. Pasamos mucho tiempo juntos, nos reconectamos. El trabajo de mi esposo le permite estar con nosotros los fines de semana y en vacaciones escolares.


Son tiempos de dedicarnos a construir nuestros lazos familiares. En el día a día, el trabajo que hago desde casa sigue siendo absorbente, pero ya no me roba mi vida. Al estudiar en casa, me he vuelto la maestra de mi hijo, soy muy exigente, pero él se siente tranquilo, ya no se levanta a las cinco de la mañana, a menos que quiera ver un amanecer. Ya no pasa horas y horas haciendo tarea de cosas que, en realidad, no importan. Ahora se concentra en lo que realmente le gusta, en lo que le importa. Aprende rápido. Se enfoca. Vive.


Nos dimos cuenta que el futuro no es algo que se alcanza matándose lentamente, el futuro está allí, cada mañana del día siguiente, cada minuto nuevo que alcanzamos. Ese es el que estamos viviendo ahora. El futuro se alcanza viviendo.


Ahora, hemos dejado de correr.

lunes, 27 de junio de 2016

Para mi querido Sacha, en su salida de preescolar



(Junio, 2014)

Mi bebé, te escribo esto hoy que terminas un ciclo, un pequeño ciclo dentro de los muchos que vivirás en toda tu vida: hoy sales de preescolar. No mi amor, no te gradúas de nada, sólo terminas un ciclo escolar, y pasas al siguiente. Para ti este momento ha sido de juegos y risas, transitas por él con la inconsciencia que te regala el tener sólo 5 años y todo el mundo por delante.
Sin embargo, para mi tiene una trascendencia mayúscula, porque se acaba ese hermoso periodo de la vida en la que realmente eras mi bebé, en el que yo era la mamá más hermosa del mundo y tu papá el más grande y fuerte de todos. Si bien en los siguientes años todavía seguirás sintiendo que tus padres son los más fantásticos, pronto comenzarás a vernos como lo que realmente somos, un par de seres humanos que se equivocan más de lo que aciertan. Pero eso no tiene la menor importancia, está bien que llegue el día en que dejes de idealizarnos, en que nos ames así, como somos, así como nosotros te amamos con tus defectos y tus virtudes y tus fracasos y tus logros.
Ayer fuiste a tu primer campamento y pasaste tu primera noche sin mamá, ni papá, ni ninguna abuelita o tía o familia que estuviera a tu lado. Estuviste con tus amigos y maestras y regresaste muy orgulloso porque no tuviste miedo. Lo curioso es que yo tampoco lo tuve, te extrañé es cierto, pero dormí como bendita, disfrute de estar de nuevo sola con tu padre, aunque fuera por una sola noche y no tuve la menor necesidad de estar al pendiente de ti. ¿Sabes por qué? Porque confío en ti. Sí Sacha, a tus pequeños 5 años, creo que eres un niño que sabe tomar decisiones acordes a tu edad, que sabe divertirse, que sabe ser feliz. Me di cuenta que justo a eso fuiste a tu campamento y que si yo me mantenía así, tranquila y feliz, tú ibas a estar igual. Observé, más que nunca, que ustedes son el reflejo de nosotros, y que si nosotros vivimos enojados, preocupados, tristes o angustiados, así vivirán ustedes también. ¿Y sabes hijo? No quiero esa vida para ti. Yo quiero que siempre seas libre de mí.
Ese es mi regalo por tu salida del kínder:
Te regalo la libertad de mis miedos.
La libertad de mis prejuicios.
La libertad de mis traumas.
La libertad de mi pasado.
Te regalo la libertad de mis expectativas.
La libertad de mis sueños.
La libertad de mis patrones de conducta.
¡Sé libre hijo mío!
Libre para ser tú mismo.
Libre para equivocarte.
Libre para reír.
Libre para amar.
Libre para soñar.
Libre para vivir.

Hoy te prometo que siempre serás libre de mí, aunque siempre esté a tu lado por si me necesitas. Pero quiero que sepas hijo, que no espero nada de ti, no espero que triunfes donde yo fracasé; no espero que vivas lo que no viví; no espero que hagas lo que no hice.
Es tu vida mi amor. Tu pequeñita vida que será para siempre libre. Pero no confundas, seguirá habiendo reglas en la casa y reglas en la escuela. Te seguiré enseñando a distinguir lo bueno de lo malo. Aún te estaré ayudando a formarte y a decidir. Pero no te arruinaré tus momentos felices con mis inquietudes, ni tus sueños con mis miedos.
Sigue tu camino de formación con la tranquilidad de saber que no tienes que llenar ningún molde, ni realizar ninguna proeza, ni alcanzar nada que no salga directo de tu corazón. Tú crearás tu destino. Así que a vivir mi pequeño niño grande, que tu mamá te promete dejarte hacerlo justo a la medida de tus sueños.

miércoles, 22 de junio de 2016

Inspiración

(Tomado de la libreta... 21 de junio de 2010)



No hay un esquema del buen padre, una receta, un molde que se pueda llenar y listo. Ser padre tiene sus propias complejidades.
En ocasiones, como madres los relegamos y olvidamos lo importante de su participación en la vida de nuestros hijos; mi pequeño me lo recuerda constantemente –Necesito a mi papá– es su frase favorita. Necesito es un algo apremiante, indiscutible, concreto… no es un deseo, no es un quiero, es un necesito contundente que mi pequeño esboza con una sonrisa cuando se enfrenta a algún problema en el que yo no lo puedo ayudar. Y es curioso cómo delimita claramente cuáles inconvenientes son de mamá y cuáles son de papá.  Y su papá está ahí, aunque lejos por su trabajo, pero allí, presente, siempre. Cuando Sacha se enfrenta a un problema de papá y él no está, pone su dedito en la barbilla y me dice –¿Qué hace papá?– Es su forma de preguntarse qué haría Miguel en esa situación. Y es tan parecido a su padre que tiende a tomar decisiones muy similares.
Y cuando su papá llega del trabajo -a veces después de una semana, a veces después de 15 días-, su carita se ilumina con una gran sonrisa –Llegó mi papá, mi papá, mi papá– dice a gritos entre risas y corre a abrazarlo. Y me hace sonreír también al darme cuenta lo feliz que es en ese momento.
Sé que Miguel a veces se pregunta si es un buen padre, si pasa el suficiente tiempo con su hijo; siempre ocupado trabajando, siempre viajando, siempre fuera, pobrecillo… cuando lo veo así, cavilando su rol de padre, le digo que no se preocupe, que lo hace excelente, que es un gran padre. Sé que no me cree, pero no importa porque es verdad. Me lo dice la felicidad de mi hijo cuando lo ve llegar, me lo dice el orgullo de Sacha cuando logra algo que hará feliz a su padre, me lo dice el “Necesito a mi papá” no como la súplica del que está ausente, sino como la seguridad de que su padre es quien tiene todas las respuestas. 
Para Sacha, Migue es el roble que lo sostiene, es su escudo, es la lanza que le abre el mundo para que pueda transitarlo. Migue no se da cuenta de la inspiración que es para su hijo; sé también que a veces se frustra porque no puede darle todo lo que quisiera; pero yo creo que le da cosas más importantes que lo material, le da tiempo, lo escucha, ríe con él, juega con él, le da libertad para expresarse, lo regaña, lo disciplina, lo ama, lo cuida, lo abraza, lo besa, lo entiende, es su cómplice, su amigo, su guía, pero sobre todo su padre.
Su relación es pequeñita porque apenas tiene dos años; pero durante ese corto tiempo Miguel ha sabido convertirse en un mundo para Sacha, en una inspiración y en un anhelo.
Todavía no sé lo que debe ser un buen padre; pero sin duda, sé que Sacha no puedo tener otro mejor.