martes, 26 de julio de 2016

Cuando las raíces te impiden volar



Recuerdo mi vida como hija y la sensación más fuerte que evoco es la necesidad de respirar libre. Mi familia de origen es fuertemente disfuncional, en ella predomina la violencia, el abuso verbal y la descalificación. 

Se supone que cuando uno crece en un ambiente así tiene dos opciones: repite el patrón o lo rompe fuertemente. La ruptura puede ser positiva o negativa. En mi caso, aunque en un principio tendía a la autodestrucción, encontré mi forma de lidiar con todo eso y remontar el vuelo: me convertí en escritora.

El arte puede ser una forma increíble de sublimación del dolor. 

Ahora como madre, la necesidad de romper patrones de conducta se ha vuelto mucho más apremiante. No ha sido fácil, pero cada decisión, cada paso, cada momento especial con mi hijo, me da la fuerza para transformar mi realidad personal y hacerla más agradable, más plena, más libre.

La vida como hijo de mi marido fue disfuncional también, pero en su familia predomina el silencio y la uniformidad. Nadie puede resaltar, todos deben permanecer con un perfil bajo, hacer lo que se espera de ellos. No hay espacio para la diferencia. Cada intento de ser diferente es cruelmente minimizado a través de la burla y la descalificación. Los sueños no se persiguen, se aplastan hasta desaparecerlos.

Su camino para evadir todo eso: irse a vivir lejos. La oportunidad de tener trabajo fuera de la ciudad le permitió replantearse su mundo. Sin embargo, igual que yo, sigue luchando por transformar su visión de la vida, aún lucha por darse ánimos para seguir sus sueños. Como padre, en ocasiones se ha visto reflejado en su hijo, y aunque su primera opción fue aplastar los sueños de Sacha, pronto se dio cuenta que en realidad quería apoyarlos.

Como pareja, nuestro camino en la mejora individual ha estado acompañado de una constante mejora como matrimonio. No es sencillo, pero el diálogo y las ganas de superarnos ayuda mucho. Hemos tenido todo tipo de aventuras como perder nuestra casa,  meternos en líos financieros, cambiar de ciudad varias veces y así hasta que nació Sacha.

Nuestro hijo nos trajo estabilidad geográfica, porque dejamos de mudarnos constantemente para darle a él raíces. Pero también nos esforzamos mucho más fuerte para ofrecerle alas. Como ya mencioné en otro post, primero probamos con la fórmula aprobada por la sociedad: trabajar ambos sin descanso para darle una educación privada que le permitiera acceder a un mejor y promisorio futuro económico.

Nuestras familias querían que Sacha estuviera en una escuela de paga, que fuera el abanderado, que tuviera muchas actividades extraescolares y una boleta llena de dieces. Y por un tiempo, nosotros nos apegamos a esa fórmula. Comenzamos a repetir nuestros propios patrones familiares.

De pronto me convertí en mi padre y mi madre, siempre enojada, siempre estresada, siempre minimizando todo logro de mi hijo. Un 8 era duramente rechazado porque debía sacar 10, pero un 10 era no tomado en cuenta, porque no era un logro, era sólo su responsabilidad. Y con mi esposo sucedía algo parecido, cuando Sacha mencionaba que quería ser piloto de coche o bailarín, inmediatamente mi esposo le decía que debía pensar en algo que le diera de comer, o se burlaba de él de alguna manera. No funcionó. Entonces volteamos al homeschooling.

Cuando reestructuramos nuestro estilo de vida y comenzamos a hacer homeschooling, también comenzamos a cambiar muchos patrones, porque tuvimos el tiempo para darnos cuenta de ello. Es decir, no habíamos caído en la cuenta que estábamos repitiendo aquello que odiábamos de nuestras familias, estábamos encarcelando a Sacha en una réplica absurda de lo que no queríamos.

Entonces comenzamos a cambiar y eso fue excelente, nuestro hijo, que es un adorado y lindo mocoso, muy independiente y con una autoestima en formación bastante bien puesta, reaccionó favorablemente. Imaginen una planta a la que le empiezas a dar agua, luz y cuidados: floreció.

El carácter de nuestro hijo es por naturaleza dulce y firme. Y nos hemos encargado de crearle un autoconcepto positivo, de recordarle que puede lograr todo lo que se proponga y eso ha hecho que nosotros mismos retomemos nuestros sueños y comencemos a luchar por ellos. Miguel retomó su gusto por la mecánica y yo retomé mis escritos y estoy por publicar mi primer libro de cuentos para niños. De pronto, todos estábamos encontrando nuestro camino.

Sin embargo, las sombras de los patrones familiares siempre están ahí. Dicen que no puedes huir de lo que llevas dentro y eso es cierto. Algo que aprendimos de nuestra constante mudanza, es que la distancia física no sirve si los miedos, las negaciones y los traumas los vas cargando contigo. Es sólo que al estar lejos todo parece más fácil, porque no tienes a la familia dándote lata para que seas como ellos esperan.

La ilusión de que habíamos logrado transformarnos se mantuvo hasta que tuvimos que regresar a nuestra tierra. Reiniciar nuestra vida cerca de mi familia y la de mi esposo ha sido caótico, y nos ha demostrado que no habíamos cambiado nada, que no habíamos superado nada y que teníamos los mismos miedos y traumas del pasado.

Escapar del pasado no ayuda, el pasado se acepta, se enfrenta y se supera.

¿Cómo?

Cada quien encuentra su forma. La nuestra ha sido mantenernos firmes en nuestras convicciones y nuevas maneras de ser, a pesar de que todos nos estén bombardeando constantemente. Claro, eso ha significado que nuestro hijo se ha tenido que enfrentar al rechazo de su propia familia, a las burlas de sus primas, a los miedos de sus abuelas, a las amenazas de un futuro de perdedor por parte de sus tíos. Quizá a muchos les parezca que eso es incorrecto, pero a nosotros nos parece que es justo lo necesario.

No puedes pretender que te sientes a gusto contigo mismo si no eres capaz de defender tu estilo de vida.

Claro que eso ha significado largas charlas con nuestro Sacha. Nuestro pequeño ha llorado y ha sufrido el dolor de ser rechazado por quienes debían protegerlo. Pero nosotros nos hemos encargado de que entienda que no hay maldad en ese accionar, sino una profunda ignorancia y una manera triste de ver la vida.

Para que él entienda y contextualice adecuadamente, le hemos ido contando la vida de sus abuelas, que fue muy dura. También le vamos contando anécdotas de nuestra niñez y cómo fuimos educados. Poco a poco, como si fuera un cuento, le vamos mostrando como no podemos juzgar a los otros, y que si ellos nos juzgan es porque no están preparados para comprender y aceptar al otro.

Eso ha sido sanador para nosotros mismos, porque muchas veces, el odio y el rencor que se pueden gestar entre padres e hijos proviene de la incomprensión de la realidad del otro. Sobre todo cuando has compartido esa realidad desde tu niñez.

Al narrar nuestras propias historias, al ayudar a Sacha a entender que el rechazo no proviene de la maldad ni del odio, sino del miedo, de un profundo miedo y de una ignorancia fundamental, nosotros mismos entendemos también y eso nos transforma.

Ahora sí podemos decir que estamos superando nuestros patrones familiares, porque los estamos comprendiendo y desentrañando. Porque ahora podemos abrazar a nuestras madres con amor, a pesar de que ellas estén enojadas y hayan lastimado a nuestro valioso y hermoso hijo. Ahora es que por fin podemos seguir adelante y ver hacia atrás sin ningún dolor.

No rechazamos el pasado y con eso le enseñamos a nuestro hijo que todo aquello que vivimos, lo bueno y lo malo, nos forma, nos convierte en lo que somos ahora. 

Si no hubiera tenido un padre violento y una madre sumisa, quizá no sería capaz de darme el valor que merezco tener, quizá no sabría reconocer la violencia y estaría permitiendo el abuso. El vivir ese ambiente me permitió ser una mujer fuerte, decidida, independiente emocionalmente.

Lo mismo sucede con mi esposo. Si él no hubiera experimentado la burla de su familia, si no supiera lo que es el fracaso, si sus sueños no hubieran sido aplastados, probablemente ahora no le estaría dando a su hijo la oportunidad de luchar por sus sueños, quizá no sabría cómo apoyarlo y ser el padre paciente y solidario que es.

Es cierto, nuestras familias no nos dieron alas por miedo a perdernos y en el proceso nos perdieron. No nos dieron raíces sanas por ignorancia y están pagando las consecuencias. Pero no podemos culpar a nuestros padres por ello.

Parte de madurar y de ser capaces de ser padres sanos que le ofrezcamos a nuestro hijo raíces sanas y alas fuertes, es precisamente tomar en nuestras manos la responsabilidad de nuestra propia vida y reconstruirnos a nosotros mismos.

Ahora, mi esposo y yo nos hemos convertido en árboles y nuestro pajarillo cada vez tiene las alas más fuertes, sé que pronto podrá volar y lanzarse al abismo, y estoy tranquila por ello. Tiene la raíz más importante: nuestro amor. Y las alas más hermosas: las que son libres del miedo.

sábado, 16 de julio de 2016

Mamá ¿y tú te vas a morir?

Hablar de la muerte no siempre resulta fácil, hacerlo con un niño es aún más complicado, pero podría ser muy sencillo, si abordáramos el tema con simplicidad.
El siguiente escrito es un cuento que hice para la hija de un querido amigo... tengo entendido que lo han compartido mucho en fotocopias, cuando lo escribí, pensaba en la manera en que quería que mi hijo visualizara y comprendiera la muerte... espero les guste.

La estrella más brillante

(Escrito el 20 de enero de 2016)

El domingo fue como cualquier otro domingo en la vida de Lula, se levantaron temprano, fueron a misa, luego a desayunar con los abuelos de papá y después a comer con los abuelos de mamá. Pasaron la tarde paseando y terminaron cenando en su pizzería favorita. Así eran todos los domingos desde que Lula se acordaba y le gustaba que fueran así. Toda la semana pasaba deseando que fuera domingo.

Un día, las cosas cambiaron. El sábado papá no había llegado de su trabajo, mamá la llevó a donde el abuelo y la dejó allí toda la noche con los ojos llorosos. Nadie le decía nada, pero los abuelos estaban preocupados. El domingo no fue como todos los demás.

Esa mañana los abuelos la despertaron temprano y la vistieron como para ir a misa, pero en lugar de eso la llevaron a un lugar lleno de personas llorando y corriendo. Con pasillos largos y llenos de asientos. Lula nunca había estado en un lugar así. Sus abuelos le decían hospital.

Cuando llegaron vieron a su mamá sentada en una banca llorando y estremeciéndose. Lula estaba asustada y desconcertada. Nadie le decía nada, sólo la llevaban de allá para acá y nadie le explicaba.

Allí con su madre, estaban sus otros abuelos. Todos lloraban. Comenzaron a abrazarse y a decirse cosas como “es tan injusto”, “era tan joven”, “todo por culpa de un inconsciente”. Lula no sabía a qué se referían y nadie quería explicarle. Todos la abrazaban y le decían que ahora tenía que ser muy valiente.

¿Por qué tenía que ser valiente? ¿Qué sucedía? ¿Por qué nadie le explicaba las cosas? ¿Dónde estaba papá? Esa última pregunta flotó en su cabecita mucho rato y la hizo llorar sin saber porqué. Entonces lo vio. Era un niño más pequeño que ella, que se asomaba a la ventana de ese gran hospital. Desde allí se veía el cielo y las casas abajo, porque estaban en un piso alto.

El niño no parecía estar haciendo nada, así que Lula se acercó y lo saludo.

-¡Hola! Me llamo Lula

-Hola –contestó el niño sin mucho entusiasmo

-¿Qué haces aquí? –preguntó Lula

-Mi abuelito acaba de morir, vine a despedirme

-¿Morir?

-Sí, es cuando una persona se va y ya no regresa. Mi abuelito me dijo que él sí va a regresar, pero después de mucho tiempo. Y también me dijo que me volverá a escoger como parte de su familia.

-¿Se puede escoger a la familia?

-¡Claro tonta! Antes de nacer Dios nos pregunta con quienes queremos ir y nos deja escoger

-Yo no sabía eso

-A lo mejor ya no te acuerdas, porque eres muy grande, pero yo sí qué me acuerdo, porque todavía soy pequeño

-¿Cuántos años tienes?

-Cinco –le dijo levantando su mano completa y mostrándosela a Lula

-Sí que eres muy chiquito, yo tengo siete y voy en segundo de primaria

-¿Y a ti quién se te murió?

-Nadie

-¿Entonces qué haces aquí?

-No lo sé, mis abuelos me trajeron y todos están ahí llorando –dijo Lula señalando a su familia – pero nadie me explica nada.

-Pues si estás aquí es porque alguien se murió. Mi mamá me dijo que aquí sólo están los que mueren.

Lula volteó de nuevo a ver a su familia y entonces se dio cuenta de todo. Luego, con una cara entre sorprendida y triste y con la voz a punto de estallar en llanto le dijo al pequeñito

-¡Se murió mi papá! –Y luego se soltó a llorar desconsoladamente.

El pequeño niño la miró, luego la abrazó muy fuerte y después le dijo

-No llores, si estás triste tu papá no podrá ser una estrella y entonces no podrá volver como mi abuelito

Todavía llorando Lula le respondió

-¿Cómo es eso? Eres un mentiroso, las personas no pueden volverse estrellas

-Sí que pueden. Te voy a contar lo que me dijo mi abuelo, pero es un secreto, no tienes que decirlo a nadie más ¿Me lo prometes?

-Ajá –asintió Lula, enjugando su llanto.

-Mira, cuando alguien se muere, su alma, que es una luz muy muy brillante, se sale de su cuerpo. Luego el cuerpo lo entierran y allí se lo comen los gusanos, pero ya no duele porque ya no tiene alma. Pero como su alma se queda afuera del cuerpo, necesita un lugar donde vivir, entonces sube muy muy alto, allá donde van los astronautas y llega al cielo. Cuando llega al cielo, Dios les pregunta qué quieren hacer y casi todos dicen que quieren volver a ver a los que aman. Así como mi abuelito me quiere mucho, entonces me dijo que le va a pedir  a Dios que pueda verme.

Entonces, para eso, Dios los convierte en estrellas. Entre más bueno es, más brillante es la estrella. Pero si lloras, no puedes verla y entonces no podrás saber si ya se convirtió o no en estrella. Por eso vine a esta ventana, estoy esperando que aparezcan las estrellas, entonces buscaré la más brillante y ese será mi abuelito.

En eso, una voz llamó al pequeño

-¡Lucas! Ya nos vamos

Lucas miró a Lula y le dijo: - vamos, no llores, busca la más brillante. Adiós.

Y se fue corriendo tras su madre.

Lula se quedó recargada en la ventana sollozando todavía y pensando en Lucas. Entonces sintió una mano tibia que le tocaba el hombro. Era su madre, quien le dijo:

-Lula, tengo que hablar contigo cariño, es muy importante – la voz de su madre sonaba muy triste y sola. Así que Lula entendió que era muy difícil para ella decirle las cosas. Es curioso cómo los niños entienden esto sin que nadie se los explique, pero así son, conocen más a sus padres de lo que ellos mismos creen. Así que Lula le dijo a su mamá:

-No te preocupes mamá, ya sé que mi papá se convirtió en una estrella. Ahorita que sea de noche, buscaré en el cielo la más brillante y seguro que será él. Y nos estará viendo y nosotras no debemos llorar, porque entonces no vamos a poder verlo.

Lo dijo todo con una sonrisa en la cara y con llanto en los ojos y su madre la abrazó muy fuerte, muy fuerte, sin decir nada.

Después de eso, los domingos no volvieron a ser iguales. Todavía iban a misa, todavía visitaban a los abuelos y comían en su pizzería favorita, pero todo había cambiado.

Las semanas pasaban una tras otra y cada vez Lula sentía que su papá se iba más y más lejos. Ya casi no podía recordarlo y tenía que ver las fotos para acordarse de él. Eso le daba mucha tristeza, porque Lula quería mucho a su padre y quería recordarlo siempre.

Entonces, una noche de domingo, después de la pizzería de siempre, Lula le pidió algo inusual a su madre.

-Mamá, hoy quiero que subamos a la azotea con las sillas del jardín y unas mantas.

-Nos vamos a enfriar Lula, no seas loca ¿para qué quieres hacer eso?

-Es que quiero ver a papá

La mamá de Lula se quedó sorprendida y entonces Lula le contó el encuentro que tuvo con Lucas ese día horrible en el hospital.

-Ese día nos fuimos de ahí y todo pasó rapidísimo mamá y en la noche ya no pude ver el cielo. Y luego lloramos mucho y pasaron muchos días y seguimos llorando y no hemos podido ver a papá. Casi no me acuerdo de él y quiero recordarlo.

Su madre asintió en silencio y prepararon todo. Ya en la azotea esperaron que salieran las estrellas. De pronto Lula señaló una muy brillante, la más brillante de todas y gritó sonriendo:

-¡Mira mamá, esa es, esa estrella es mi papá!

Esa noche, por primera vez después de muchos domingos, todo volvió a ser como antes.

martes, 12 de julio de 2016

¿Por qué educo en casa?



 

 

1ª parte: Las razones por las que la gente cree que educo en casa


Eso es algo que muchas personas me han preguntado, es más, yo misma me lo cuestioné en un principio, incluso con mi esposo mantuvimos una discusión muy enriquecedora sobre por qué y para qué educar a nuestro único hijo en casa, y llegamos a la conclusión que no hay una sola causa; pero sí muchas ideas preconcebidas al respecto.
Las personas que me preguntan por qué elegí el homeschooling generalmente creen que es por alguna de las siguientes razones:


  • Pienso que la escuela, y en general el sistema educativo, son una porquería y que no funcionan, que la enseñanza es mediocre y que las de paga son demasiado caras y no puedo optar por ellas.
  • Quiero tener a mi hijo en una burbuja para protegerlo, porque me da miedo que sea víctima de bullying o que termine trágicamente como muchos niños en este país, abusado por un maestro o por sus propios compañeros.
  • Tengo miedo de la delincuencia y creo que mi hijo estará mejor en casa, donde lo puedo vigilar siempre y me niego a darme cuenta que al hacerlo así no le doy las herramientas necesarias para que aprenda a defenderse.
  • Soy la clásica “contreras” que piensa que el sistema está podrido, que no hay nada que hacer y educo a mi hijo para que sea un anarquista desde pequeño.


¿Se identifican? ¿Les ha pasado? ¿Se han cuestionado si alguna de estas razones son sus razones? En mi caso sí me lo cuestioné y me di cuenta de varias cosas.

En primera, sí creo que el sistema educativo nacional está mal. Terriblemente mal. Porque sus políticas son inadecuadas para la realidad mexicana, porque su oferta es insuficiente ante la demanda, porque muchos de sus maestros están mal capacitados y peor motivados, porque dentro hay nepotismo, corrupción, negligencia y apatía.
Pero tengo que reconocer que también está la otra parte, porque conozco maestros y escuelas donde las cosas funcionan bien, donde sí hay una preocupación por parte de su personal para que los niños aprendan bien y desarrollen capacidades de socialización, valores y aprendan a comunicarse. Cierto que no son todas, ni muchas, pero existen. Entonces no todo está tan mal en el sistema.
Por otra parte, las escuelas privadas no son lo mejor, ya las probé. Son caras, es cierto, su nivel académico es por mucho superior a cualquier escuela pública. Los niños aprenden a desarrollar sus habilidades lectoras y matemáticas de maneras superaltivas. Sin embargo, en la gran mayoría existe un desinterés por formar humanamente a los alumnos y ese desinterés es compartido por los padres de familia, muchos de los cuales (ojo, no todos) sólo buscan un lugar donde dejar a sus hijos por 8 horas o más, para ellos dedicarse a lo que les interesa.
Así que no, la razón para educar en casa no es porque crea que en la escuela va a estar mal preparado o que no lo van a formar o que no reconocen su potencial o que no se adaptan a su “especial” forma de ser.

Viene luego el hecho del bullying. Es cierto, el acoso escolar ha crecido exponencialmente en los últimos tiempos, no sólo en frecuencia sino en intensidad. Porque ha existido desde siempre, pero ahora se rompen todos los límites, se vuelve tan agobiante que incluso ha llevado a muchos niños al suicidio y otros han sido asesinados (sí es fuerte, pero real) por sus propios compañeros.
Sin embargo, el acoso es algo que mi hijo va a enfrentar en todas partes y que, de hecho, enfrenta, lo hace en el parque cuando lo llevo a jugar, en las fiestas, donde se supone se va a divertir, en el centro comercial, en su propia familia porque sus primos son buleadores profesionales, en el transporte público, en el cine, en fin, en esta sociedad acosadora, mi hijo (y yo también) enfrenta el bullying constantemente y no lo puedo evitar. No puedo protegerlo todo el tiempo, ni tampoco debo, no es sano. No quiero que viva en una burbuja y, de hecho, no lo hace.
Entonces tampoco es por el bullying, porque creo firmemente que es algo que  no le tengo que evitar, antes bien, debo enseñarle a manejarlo, debo formarlo como una persona resiliente, capaz de superar la burla, la humillación, la violencia y transformarla en incentivos para crecer y ser mejor persona.

¿Si le tengo miedo a la delicuencia? Creo que todos tenemos ese miedo, vivimos con él en un país donde el simple hecho de salir a la calle te pone en peligro. Ni siquiera en casa estás a salvo, porque hasta de allí han secuestrado a personas. Y a pesar de eso seguimos saliendo, con mi hijo vamos al cine, al cajero, al parque, a la playa, al súper, a la feria del libro, a caminar, en fin, no permitimos que el miedo nos domine.
Bueno, tampoco es miedo a la delincuencia. Porque siempre he pensado que si el miedo te paraliza, ya estás muerto. La vida hay que vivirla, aunque haya muchas posibilidades aterradoras en ella, siempre está la otra cara, esa donde las posibilidades son maravillosas y esperanzadoras. En mi caso, las segundas siempre han superado a las primeras y así educo a mi hijo, para que el miedo sea una herramienta y no un obstáculo.

Entonces soy “contreras”. Pues sí lo soy, pero esa no es la razón de haberme decidido por el homeschooling. El hecho de que yo le lleve la contra a todo el mundo, no significa que deseo que mi hijo también lo haga, él es un ser aparte, que debe tomar sus propias decisiones y vivir su propia vida. Eso lo tengo más que claro. Por otro lado, su padre no es nada contreras, es amante del sistema, y él también tiene voz y voto en la educación de su hijo. Así que esta razón tampoco es real.

2ª parte: Las verdaderas razones por las que educo en casa

Vaya, me he quedado sin razones, al menos sin las que todo el mundo cree que son razones para educar en casa. Lo curioso es que, si observan, todas son negativas. En serio que lo reflexioné y lo medité profundamente. En serio que hablamos y hablamos horas interminables con mi esposo. En serio que tomamos en cuenta a nuestro hijo al momento de decidir. Finalmente, me di cuenta que tengo dos tipos de razones: las prácticas y las idealistas.

Las primeras son meramente organizativas y de salud, el ritmo de vida que nos imponía la exigente escuela en que había inscrito a Sacha, más mi trabajo fuera de casa y mis jornadas combinadas con el hogar, simplemente pasaron la factura, así que un buen día dejé de correr.

Ahora con el trabajo desde casa y con Sacha todo el día sin horarios absurdos de más de 8 horas metido en una escuela, más las dedicadas a actividades extracurriculares, todo es tranquilidad y calma. Ambos mejoramos mucho en salud, hemos recuperado la alegría de vivir y tenemos una mejor comunicación madre-hijo, sin estrés ni presiones.
Con mi esposo también todo mejoró, porque ahora tanto mi hijo como yo tenemos tiempo para convivir con él cuando llega de trabajar. Y él nos dedica sus días de descanso sin que tengamos que interrumpirlo porque hay que ir a alguna actividad extraescolar que contará puntos para la calificación de fin de año.
Así que en primer lugar la razón para desescolarizar fue la salud mental, física y emocional, tanto de mi hijo, como de mi esposo y mío. Ahora sí que pasamos tiempo familiar de calidad y en cantidad.

Luego están las razones idealistas.

En mi caso, soy una mujer harto aprensiva, socialmente comprometida y algo activista. Así que siempre me estaba cuestionado el mundo que le iba a dejar a mi hijo, pero también me preguntaba continuamente ¿qué hijo le estaba dejando al mundo?
Cuando Sacha estaba escolarizado, el ser en que se estaba convirtiendo no me gustó. No me gustó para nada. Comenzaba a ser muy snob. Hacía cosas por agradar a sus compañeros para ser aceptado, tenía miedo de ser el mismo porque se burlarían los demás. Siempre estaba cansado, con ojeras, demasiadas responsabilidades a muy temprana edad. Siempre estaba estresado y aprensivo, pues vivía jornadas de 7:40 am a 4:00 pm en la escuela, pues además de las asignaturas normales llevaban TaeKwonDo, música, deportes, clase de valores, círculo de lectura y a eso había que sumarle las veces que a las maestras se les ocurría ocupar nuestros sábados y domingos para carreras, competencias, conciertos, etc., todo claro con su consabido reporte y evidencias para saber que sí estuvimos ahí.
Estaba convirtiendo a mi hijo es un ser malhumorado, cansado, estresado, competitivo mala leche, inseguro, siempre pendiente de la aprobación de los demás, poco original, limitado.
Ese no era el hijo que le quería dejar al mundo.
Y luego estábamos su padre y yo, que comenzábamos a pelear por dinero, porque nunca alcanzaba, porque todo se iba en la colegiatura, los uniformes, los útiles escolares y un sinfín de gastitos que la escuela iba generando. Tampoco me gustaba en qué se estaba convirtiendo mi familia.
Si bien la idea del homeschooling había nacido en mí desde que mi hijo nació, no me decidí desde ese primer momento, porque mi mente era muy estructurada y quería preparar a mi hijo para el éxito. Tal como su padre y yo, nuestro hijo tenía que ser exitoso. Y en mi caso, creía firmemente que el éxito venía de una escuela de paga, amistades adecuadas y un calendario siempre ocupado.
La vida se encargó de demostrarnos que el éxito es relativo. Un buen día lo perdimos todo menos nuestra vida. Aún así, todavía tuvimos que andar un largo trecho hasta lograr desestructurar la mente, convencernos de que no existe un único camino para el éxito, que el éxito no necesariamente es una casa, un coche y dinero en el banco. Que la felicidad, la convivencia, el respeto y amor hacia uno mismo, y una larga conversación seguida de un abrazo, también es éxito, y es un éxito más duradero y memorable que el otro.
Así que allí estaba la otra razón, muy idealista quizá, quería que mi hijo tuviera esa “rara” clase de éxito, la que deja una sonrisa al final de la vida, muchos recuerdos memorables y nuestro nombre grabado en el corazón de las personas que fueron importantes para nosotros.
Y me di cuenta, y lo hablé mucho con mi esposo, que para lograrlo necesitábamos educar diferente a nuestro hijo: no en la competencia, sino en la cooperación; no en la meta, sino en el camino; no en el precio, sino en el valor.
Pero para eso se requería toda una construcción de vida, había que formarle el carácter para que tuviera el valor de seguir sus sueños. También era necesario darle mucho amor y convivencia y charlas. Teníamos que conocernos a fondo, en todas las situaciones y momentos. Y para eso necesitábamos tiempo.
Piénsenlo, si pasábamos todo el día entre el trabajo, la escuela, las actividades extracurriculares, los compromisos de fin de semana y las agendas apretadas ¿dónde quedaba el tiempo para convivir? ¿Cuándo había tiempo para hablar y apapacharse? ¿En qué momento podíamos parar y ver las estrellas?
No, necesitábamos tiempo. Necesitábamos detenernos. Y eso fue lo que hicimos. Fue todo un cambio de paradigma, sobre todo para mi mente acostumbrada a lo esquemático, a los objetivos y las metas, con calendarios, agendas y tiempos establecidos.
Así que, a fin de cuentas, esta era la verdadera razón de todo: decidimos hacer homeschooling para darnos tiempo. Y el tiempo trajo la salud y la comunicación a nuestras vidas, renovó el amor y está construyendo lazos increíblemente fuertes.