Fue una de las primeras preguntas que me asaltó cuando en
familia decidimos seguir este camino. Aunque no trabajo en una empresa con
horarios, sino por mi cuenta en mi pequeña oficina en casa (que se resume a un
escritorio con computadora en un rincón), igual tuve mucho miedo de no poder
ofrecerle a mi hijo “todo” lo que tendría en una escuela. Y al principio así
fue, porque quería darle clases de 8:00 am a 2:00 pm y encargarle tareas para
la tarde. Es decir, repetir el mismo sistema erróneo del que veníamos escapando.
Gracias al apoyo de grupos como Alas, Educriar y
Homeschooling/Educación en Familia me fui tranquilizando. Dejé descansar a mi
hijo varios meses, más de seis. En todos esos meses no hizo nada de estudio,
sólo jugaba, veía la tele, usaba su tableta, salía con los vecinos, pero nada
de actividades académicas.
Obviamente él era feliz y yo también, podía dedicar todo
mi día a trabajar en mis proyectos mientras mi hijo hacía lo que quería. Pero
llegó un momento en que él mismo me pregunto “Mami ¿y cuándo voy a aprender?”
Eso me regresó a la realidad. Tenía que diseñar un plan de trabajo y compaginar
mi vida profesional con sus clases. Y justo en el momento en que surgían de la
nada proyectos y más proyectos, todos interesantes.
En un principio sentí que tenía que sacrificar mis
intereses, dejar de lado mis oportunidades de vida y volcarme en mi hijo. Lo
platiqué con mi esposo y él me hizo reflexionar. Me dijo que si hacía eso
siempre estaría resentida con Sacha, aunque lo hiciera con todo el amor del
mundo, tarde o temprano me iba a pesar. Me recordó que algún día, no tan lejano
como quisiera, nuestro hijo iba a crecer, a ser independiente y a irse en busca
de su oportunidad para realizarse. Y que cuando eso pasara, las oportunidades
que ahora desperdiciaba no iban a presentarse.
Para serles sincera me debatí bastante entre lo que
consideraba “mi deber de madre” y “mi realización personal”. Sentía que Miguel
no entendía el asunto porque estaba lejos, él trabaja fuera y sólo viene los
fines de semana. De alguna manera me enojé porque pensaba que él la tenía
fácil. Pero era sólo porque no estaba viendo el panorama completo.
Me planteé la posibilidad de convertirme en “superwoman”,
ya saben esa mamá que saca tiempo para trabajar, atender a los hijos, limpiar
la casa, organizar ventas de caridad y cocinar postres riquísimos todas las
tardes. Pero siendo muy sincera, a menos que lograra duplicarme para estar en
dos lugares al mismo tiempo, no iba a ser posible.
Por otra parte, también me planteé el dejar que Sacha
siguiera siendo libre y no hiciera nada, después de todo, el niño aprende todo
el tiempo, de la tele, de los videos, de la interacción con los demás. Bien
podría aferrarme al unschooling y olvidarme del asunto. Pero no me sentía
cómoda con eso y Sacha tampoco. Era muy importante eso, mi hijo estaba motivado
para iniciar clases, quizá no convencionales, pero clases al fin y al cabo, me
pedía ser una guía, porque sentía que aún no estaba listo para asumir por
completo su aprendizaje. No podía dejarlo solo si él me lo requería.
En esos dilemas estaba cuando las cosas comenzaron a
aclararse. Me invitaron a dar una conferencia sobre Bienestar Animal, entre
semana. Tendría que llevarme a Sacha a un auditorio lleno de personas y
sentarlo en algún lugar donde lo pudiera vigilar, pero que no interrumpiera la
conferencia. Me dije, “ok, sí se puede”. Preparé mi charla, mi presentación, le
permití llevar su tableta y sus audífonos para que se entretuviera. Pero al
llegar al lugar, oh sorpresa, el podio era muy pequeño y los lugares del frente
estaban reservados para invitados.
¿Dónde iba a colocarlo?
Él mismo encontró su lugar. Se sentó junto al podio,
dando la cara a todos los asistentes, como si fuera parte de la conferencia. La
persona que me invitó estaba un tanto nerviosa y me dijo algo como que los
niños se aburren e interrumpen o cosas así. También estaba asustada, sentía que
me vería poco profesional con mi niño ahí, a un lado, interrumpiéndome para
decirme cosas como “quiero ir al baño” o algo por el estilo. Pero ya estaba
ahí, tenía que seguir.
Preparé todo, hablé con Sacha y le expliqué que era
necesario que no interrumpiera porque mamá tenía que hablar con las personas
que estaban sentadas. Mi hijo sonrió. Comencé la charla y, como siempre, busqué
hacerla interactiva invitando al público a participar conforme iba avanzando. No
era un público muy participativo, pero de pronto, cuando hablaba de la
importancia de socializar adecuadamente a las mascotas, principalmente a los
perros para evitar accidentes, mi hijo se paró frente a mí y alzó la mano.
Allí estaba el momento que la organizadora y yo temíamos,
aún así le di la palabra, lo había hecho con otras dos personas del público que
habían participado respondiendo a mis preguntas, así que sentí que tenía que
respetar la dinámica. Con la mayor soltura que pude le dije ¿sí? ¿Qué deseas
decir? Mi hijo se volvió al público y dijo: Quiero contar mi experiencia con un
perro que no estaba educado. Y se soltó a platicar lo que le sucedió de bebé
con una perra rescatada por mí y a la que no había socializado adecuadamente,
contó cómo lo atacó, cómo mi otra perra lo defendió y la suerte que tuvo de que
yo supiera cómo intervenir para detener el ataque.
Lo hizo con sus palabras y a su manera, y logró lo que yo no
había podido hacer: generó empatía con el público. A partir de allí la charla
se relajó, hablé mucho más sueltamente, las personas comenzaron a participar más
abiertamente, a preguntar y a responder. Ahí me di cuenta que no tenía que
competir con mi hijo para ver quién era el que debía realizarse
profesionalmente, lo que debía hacer era aprender a trabajar en equipo.
Así lo he hecho desde entonces. Sí planifiqué un temario
que vamos a abarcar este ciclo escolar, planifiqué actividades y resultados que
esperamos obtener. Lo hice basándome en los intereses de mi hijo. Observé que
con dos horas al día, casi todos los días, Sacha avanzaba lo suficiente para
cubrir el temario. Además, comencé a platicarle mis proyectos. Algunos le
interesan y otros no. Lo mismo sucede con sus propios proyectos.
La verdad es que no es que Sacha sea parte de mis
actividades, sino que aprendí a confiar en su capacidad para interactuar con
las personas y, más importante, aprendí a confiar en la manera en que lo estaba
educando. Ahora tengo mis agendas, busco que mis actividades me den tiempo de
trabajar con él, pero no siempre es posible. Y eso está bien. El disfruta que
haya semanas que estudiamos todos los días y semanas en las que sólo lo hacemos
un día o dos. Aprende a administrar su tiempo. Comienza a ponerse sus propias
metas.
Todo es un proceso y cada experiencia es diferente, pero
si algo he rescatado de todo esto es que sí se puede, se puede ser una
profesionista exitosa y una madre homeschooler. La clave está en la
comunicación con la familia, en la confianza de que cada uno hará su parte, en
la organización de las actividades.
Después de todo, este camino que hemos elegido es de
aprendizaje, no sólo de nuestros hijos, sino de nosotros mismos. Debemos
mantener nuestra mente abierta a las posibilidades, ser capaces de adaptarnos a
las circunstancias, flexibilizar nuestra vida y reconocer que no lo sabemos
todo ni lo podemos todo, pero que si contamos con la familia, lograremos lo
imposible.