En la sociedad del sistema escolarizado la prisa importa,
siempre hay que buscar el maternal que tenga estimulación temprana, y el
preescolar que enseñe a leer primero, y la primaria que más actividades tenga,
porque los niños deben aprender todo, más temprano, más rápido, mejor. Y en esa
vorágine de actividades lo único que logramos es niños cada vez más cansados,
más estresados, más inseguros y poco responsables.
¿No se supone que el homeschooling debería estar exento de
todo eso?
Veo que no. Cada vez es más común leer en los distintos
grupos de HS mensajes sobre niños de 5 años, de 3, de 2 o de escasos meses,
cuyas madres están “desesperadas” o “preocupadas” porque no se comportan como
los súper niños que salen en tantos artículos de noticias sensacionalistas que
ya saben “leer” a los 11 meses o son genios en matemáticas a los 4 años, o
hablan varios idiomas desde los 3.
Perdón, no sabía que estábamos en competencia.
No llevo mucho haciendo homeschooling, unos dos años; entre las muchas razones para hacerlo, el recuperar la tranquilidad fue una de las más importantes. Lograr que mi hijo viva a su tiempo, a su ritmo, sin prisas, creo que ha sido una de las mejores cosas que hemos ganado. Y creo que debería ser una de las razones más fuertes de todas las familias que hacen homeschooling, porque ¿cuál es la prisa?
¿Por qué tenemos esa necesidad de que nuestros hijos vayan más rápido y mejor que los demás?
María Montessori decía que el problema de las escuelas es
que no educaban para la paz, educaban para la competencia y eso era la raíz de
todas las guerras. Tenía razón.
Les he de ser sincera que al principio de mi maternidad
también quería todo rápido y mejor para mi hijo, pero ¿realmente eso era bueno
para él? ¿Acaso él me estaba pidiendo eso? Pues no. Realmente era el reflejo de
mi propio deseo de sobresalir, de que mi hijo fuera mejor que los demás. Digo,
es muy normal como madre querer que nuestros pequeños sean los más guapos, los
más listos, los más sensibles, los más geniales… pero no es realista. Y carga a
nuestros hijos de expectativas que no son suyas. Los vuelve ansiosos y con poca
autoestima.
¿Quieres un hijo con buena autoestima? ¿Fuerte? ¿Preparado
para el éxito?
Pues no te proyectes en él. Déjalo ser. Sobretodo déjalo ser
niño. Ser niño es tener curiosidad sobre por qué vuelan las mariposas, pero no
querer una clase sobre tipos de mariposas y su clasificación. Es desear hablar
con sus padres sobre la luna y las estrellas, pero no recibir como respuesta
una clase de astronomía. Es aprender a andar en bicicleta y mojarse en la
lluvia sin que le expliquen las leyes de la aerodinámica y el ciclo del agua.
¡Vamos! Lo van a aprender, pero no todo junto, ni todo
rápido, ni siquiera lo aprenderán todo.
Hay niños que nacen con un interés por aprender, otros que
lo desarrollan con el tiempo y otros que jamás lo manifiestan, y aun así todos
aprenden. Y todos serán exitosos de una manera u otra. A lo mejor no de la manera
que nosotros entendemos o deseamos que lo sean, pero sí de aquella que sea como
ellos buscan.
Ser padres es aprender a dejarlos ser, al tiempo que los
ayudamos a encontrar la mejor versión de sí mismos. En serio, no corramos
prisa. La vida igual pasará y nos perderemos lo verdaderamente importante. Su
sonrisa cuando brinca un charco, sus manos llenas de lodo, sus raspones en la
rodilla, sus ojos brillantes al lograr descubrir algo por sí mismo, sus besos,
sus abrazos, sus sonrisas, sobre todo sus sonrisas. No apaguemos eso sólo para
que aprenda matemáticas, la aprenderá igual si le damos su espacio y su tiempo.
Recordemos que “educar a un niño no es hacerle aprender algo
que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía” (John Ruskin).