Hace todavía algunos años todo en mi vida era correr.
Trabajaba en una oficina en un puesto relativamente importante, tenía que
llegar temprano a supervisar y ordenar y hacer. Por lo mismo, mi hijo iba a una
escuela en la que entraba a las 7:30 am, excelente horario para las madres que
trabajamos. El también corría. Siempre ese despertarse a las cinco de la
mañana, pues había que ganarle al tráfico, unos minutos más de sueño podrían
significar hasta media hora atrapados en un tráfico que cada vez se hace más y
más denso.
Corría todo el día en la oficina, corría a la hora de la
comida porque tenía que pasar por mi hijo que salía a las 3:00 pm, a veces más
tarde. Y de vuelta a correr porque a las cinco debía estar de nuevo en la
oficina. Luego regresar a revisar tareas, a lavar uniformes, a limpiar la casa
y preparar todo para el día siguiente. Otro día que sería exactamente igual, de
prisas, de gritos, de perder la paciencia en el tráfico, de que mi hijo sólo me
oyera exaltada, molesta, apurada.
No había descanso.
El domingo, único día que no debía ir a la oficina, era de
trabajar en la casa. Es cierto, siempre apoyada por mi esposo que trabajaba
fuera y venía los fines de semana, no lo dejaba descansar, había que limpiar a
fondo, lavar ropa, prepara el menú de la siguiente semana, hacer las compras,
quizá llevar a mi hijo a alguna fiesta. Rápido, rápido, que no alcanza el día,
no hay tiempo, nunca hay tiempo.
Hasta que un día exploté.
Literalmente.
Me dio una tremenda migraña que por poco me lleva al
hospital, me salvé de un infarto cerebral por poco. Y además, mi hijo, mi
pequeño niño, presentó problemas muy graves en su intestino, debido al estrés.
¿Estrés? ¿Un niño de seis años estresado?
En serio tenía que reevaluar mi vida.
Fue ahí que me di cuenta que mi pequeño estaba consumiendo
su hermosa vida, su pequeñita vida en correr como loco para satisfacer las
necesidades de una sociedad insaciable. Y era la culpable, porque había sido yo
quien decidiera dónde iba a estudiar, yo había buscado una escuela de “alto
rendimiento” porque su futuro era muy importante.
¿Cuál futuro? Estaba
recibiendo ahora un tratamiento muy agresivo debido a sus problemas de
intestino, pendía de un hilo la posibilidad de que lo operaran para cortarle un
pedazo. ¡Mi hijo tenía 6 años y una salud propia de alguien de 40! ¿Cuál
futuro?
Y luego estaba mi salud ¿y si hubiera tenido el infarto
cerebral? ¿Y si hubiera muerto? ¿Y si…? Era claro que tenía que hacer algo.
Pero necesitábamos mi trabajo, el sueldo de mi esposo no era suficiente.
Un momento… ¿suficiente para qué?
¿Para pagar una escuela que estaba matando a mi hijo de
estrés? ¿Para pagar la gasolina que consumía atrapada en un tráfico infernal?
¿Para comer fuera cualquier porquería porque no siempre me daba tiempo de
regresar a la casa a comer dignamente? ¿Para cubrir gasto de útiles, uniformes,
tablets y toda una serie de cosas “necesarias”, que en realidad mi hijo no
requería?
¡Diablos! ¡Necesitaba dinero para morir lentamente!
Eso que hacía no era vivir. Era matarse y de paso acabar con
la vida de mi pequeño.
Hablé con mi esposo, había que reevaluar prioridades.
Por lo pronto, mi hijo dejó de ir a la escuela, no podía,
debía seguir un tratamiento y una dieta estrictos, descanso alternado con
ejercicio físico, nada de estrés, ni carreras por la mañana, ni presión por
exámenes absurdos. Necesitaba recuperar su salud de niño de seis años.
Luego estaba yo, también requería descanso, no juntas en
domingo, ni vacaciones eternamente aplazadas, no tráfico, ni gritos de mi jefe,
ni tener que despedir subalternos, ni pleitos, ni desvelos hasta las 3 am para
levantarme de nuevo a las 5 am.
Mi esposo me dijo que era mi decisión, él me apoyaría. Al
trabajar fuera de la ciudad, en realidad no podía hacer más que eso.
Hablé con mi hijo, hablamos en familia. Nuestros gastos
tuvieron que reducirse, pero incluso eso fue bueno. Cambiamos nuestra forma de
vida radicalmente. Dejé de trabajar para otros y me volví freelance. Desde casa
tengo un mejor control de mi tiempo, ahora tengo tiempo. Mi hijo dejó
definitivamente la escuela, ahora estudia en casa. Pasamos mucho tiempo juntos,
nos reconectamos. El trabajo de mi esposo le permite estar con nosotros los
fines de semana y en vacaciones escolares.
Son tiempos de dedicarnos a construir nuestros lazos familiares.
En el día a día, el trabajo que hago desde casa sigue siendo absorbente, pero
ya no me roba mi vida. Al estudiar en casa, me he vuelto la maestra de mi hijo,
soy muy exigente, pero él se siente tranquilo, ya no se levanta a las cinco de
la mañana, a menos que quiera ver un amanecer. Ya no pasa horas y horas
haciendo tarea de cosas que, en realidad, no importan. Ahora se concentra en lo
que realmente le gusta, en lo que le importa. Aprende rápido. Se enfoca. Vive.
Nos dimos cuenta que el futuro no es algo que se alcanza
matándose lentamente, el futuro está allí, cada mañana del día siguiente, cada
minuto nuevo que alcanzamos. Ese es el que estamos viviendo ahora. El futuro se
alcanza viviendo.
Ahora, hemos dejado de correr.
Muy lindo y muy cierto siempre vivimos a prisa sin disfrutar realmente la vida y de nuestros pequeños, gracias por compartir tu historia
ResponderEliminarAprender a disfrutar la vida es el objetivo siempre, un saludo
EliminarMartha, me has emocionado. Celebro con vos tu nueva "Slow life". Infinitas gracias por compartirnos tus historia!!!
ResponderEliminarUn gran abrazo, agradecida que nuestros caminos hayan intersectado =)
Querida Laura, la agradecida soy yo por haberte conocido, estar en tu grupo es maravilloso.
EliminarGracias por compartir tu experiencia. Saludo.
ResponderEliminarGracias por el comentario
EliminarMuy real gracias viví casi lo mismo,solo q yo sí llegue al hospital operación de urgencia apendicitis
ResponderEliminarEs terrible terminar en el hospital y justo allí darse cuenta que hay otras cosas mucho más importantes, que aquellas que nos llevaron al hospital. Realmente esta vida moderna puede traernos muchas consecuencias terribles. Un saludo
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