martes, 26 de julio de 2016

Cuando las raíces te impiden volar



Recuerdo mi vida como hija y la sensación más fuerte que evoco es la necesidad de respirar libre. Mi familia de origen es fuertemente disfuncional, en ella predomina la violencia, el abuso verbal y la descalificación. 

Se supone que cuando uno crece en un ambiente así tiene dos opciones: repite el patrón o lo rompe fuertemente. La ruptura puede ser positiva o negativa. En mi caso, aunque en un principio tendía a la autodestrucción, encontré mi forma de lidiar con todo eso y remontar el vuelo: me convertí en escritora.

El arte puede ser una forma increíble de sublimación del dolor. 

Ahora como madre, la necesidad de romper patrones de conducta se ha vuelto mucho más apremiante. No ha sido fácil, pero cada decisión, cada paso, cada momento especial con mi hijo, me da la fuerza para transformar mi realidad personal y hacerla más agradable, más plena, más libre.

La vida como hijo de mi marido fue disfuncional también, pero en su familia predomina el silencio y la uniformidad. Nadie puede resaltar, todos deben permanecer con un perfil bajo, hacer lo que se espera de ellos. No hay espacio para la diferencia. Cada intento de ser diferente es cruelmente minimizado a través de la burla y la descalificación. Los sueños no se persiguen, se aplastan hasta desaparecerlos.

Su camino para evadir todo eso: irse a vivir lejos. La oportunidad de tener trabajo fuera de la ciudad le permitió replantearse su mundo. Sin embargo, igual que yo, sigue luchando por transformar su visión de la vida, aún lucha por darse ánimos para seguir sus sueños. Como padre, en ocasiones se ha visto reflejado en su hijo, y aunque su primera opción fue aplastar los sueños de Sacha, pronto se dio cuenta que en realidad quería apoyarlos.

Como pareja, nuestro camino en la mejora individual ha estado acompañado de una constante mejora como matrimonio. No es sencillo, pero el diálogo y las ganas de superarnos ayuda mucho. Hemos tenido todo tipo de aventuras como perder nuestra casa,  meternos en líos financieros, cambiar de ciudad varias veces y así hasta que nació Sacha.

Nuestro hijo nos trajo estabilidad geográfica, porque dejamos de mudarnos constantemente para darle a él raíces. Pero también nos esforzamos mucho más fuerte para ofrecerle alas. Como ya mencioné en otro post, primero probamos con la fórmula aprobada por la sociedad: trabajar ambos sin descanso para darle una educación privada que le permitiera acceder a un mejor y promisorio futuro económico.

Nuestras familias querían que Sacha estuviera en una escuela de paga, que fuera el abanderado, que tuviera muchas actividades extraescolares y una boleta llena de dieces. Y por un tiempo, nosotros nos apegamos a esa fórmula. Comenzamos a repetir nuestros propios patrones familiares.

De pronto me convertí en mi padre y mi madre, siempre enojada, siempre estresada, siempre minimizando todo logro de mi hijo. Un 8 era duramente rechazado porque debía sacar 10, pero un 10 era no tomado en cuenta, porque no era un logro, era sólo su responsabilidad. Y con mi esposo sucedía algo parecido, cuando Sacha mencionaba que quería ser piloto de coche o bailarín, inmediatamente mi esposo le decía que debía pensar en algo que le diera de comer, o se burlaba de él de alguna manera. No funcionó. Entonces volteamos al homeschooling.

Cuando reestructuramos nuestro estilo de vida y comenzamos a hacer homeschooling, también comenzamos a cambiar muchos patrones, porque tuvimos el tiempo para darnos cuenta de ello. Es decir, no habíamos caído en la cuenta que estábamos repitiendo aquello que odiábamos de nuestras familias, estábamos encarcelando a Sacha en una réplica absurda de lo que no queríamos.

Entonces comenzamos a cambiar y eso fue excelente, nuestro hijo, que es un adorado y lindo mocoso, muy independiente y con una autoestima en formación bastante bien puesta, reaccionó favorablemente. Imaginen una planta a la que le empiezas a dar agua, luz y cuidados: floreció.

El carácter de nuestro hijo es por naturaleza dulce y firme. Y nos hemos encargado de crearle un autoconcepto positivo, de recordarle que puede lograr todo lo que se proponga y eso ha hecho que nosotros mismos retomemos nuestros sueños y comencemos a luchar por ellos. Miguel retomó su gusto por la mecánica y yo retomé mis escritos y estoy por publicar mi primer libro de cuentos para niños. De pronto, todos estábamos encontrando nuestro camino.

Sin embargo, las sombras de los patrones familiares siempre están ahí. Dicen que no puedes huir de lo que llevas dentro y eso es cierto. Algo que aprendimos de nuestra constante mudanza, es que la distancia física no sirve si los miedos, las negaciones y los traumas los vas cargando contigo. Es sólo que al estar lejos todo parece más fácil, porque no tienes a la familia dándote lata para que seas como ellos esperan.

La ilusión de que habíamos logrado transformarnos se mantuvo hasta que tuvimos que regresar a nuestra tierra. Reiniciar nuestra vida cerca de mi familia y la de mi esposo ha sido caótico, y nos ha demostrado que no habíamos cambiado nada, que no habíamos superado nada y que teníamos los mismos miedos y traumas del pasado.

Escapar del pasado no ayuda, el pasado se acepta, se enfrenta y se supera.

¿Cómo?

Cada quien encuentra su forma. La nuestra ha sido mantenernos firmes en nuestras convicciones y nuevas maneras de ser, a pesar de que todos nos estén bombardeando constantemente. Claro, eso ha significado que nuestro hijo se ha tenido que enfrentar al rechazo de su propia familia, a las burlas de sus primas, a los miedos de sus abuelas, a las amenazas de un futuro de perdedor por parte de sus tíos. Quizá a muchos les parezca que eso es incorrecto, pero a nosotros nos parece que es justo lo necesario.

No puedes pretender que te sientes a gusto contigo mismo si no eres capaz de defender tu estilo de vida.

Claro que eso ha significado largas charlas con nuestro Sacha. Nuestro pequeño ha llorado y ha sufrido el dolor de ser rechazado por quienes debían protegerlo. Pero nosotros nos hemos encargado de que entienda que no hay maldad en ese accionar, sino una profunda ignorancia y una manera triste de ver la vida.

Para que él entienda y contextualice adecuadamente, le hemos ido contando la vida de sus abuelas, que fue muy dura. También le vamos contando anécdotas de nuestra niñez y cómo fuimos educados. Poco a poco, como si fuera un cuento, le vamos mostrando como no podemos juzgar a los otros, y que si ellos nos juzgan es porque no están preparados para comprender y aceptar al otro.

Eso ha sido sanador para nosotros mismos, porque muchas veces, el odio y el rencor que se pueden gestar entre padres e hijos proviene de la incomprensión de la realidad del otro. Sobre todo cuando has compartido esa realidad desde tu niñez.

Al narrar nuestras propias historias, al ayudar a Sacha a entender que el rechazo no proviene de la maldad ni del odio, sino del miedo, de un profundo miedo y de una ignorancia fundamental, nosotros mismos entendemos también y eso nos transforma.

Ahora sí podemos decir que estamos superando nuestros patrones familiares, porque los estamos comprendiendo y desentrañando. Porque ahora podemos abrazar a nuestras madres con amor, a pesar de que ellas estén enojadas y hayan lastimado a nuestro valioso y hermoso hijo. Ahora es que por fin podemos seguir adelante y ver hacia atrás sin ningún dolor.

No rechazamos el pasado y con eso le enseñamos a nuestro hijo que todo aquello que vivimos, lo bueno y lo malo, nos forma, nos convierte en lo que somos ahora. 

Si no hubiera tenido un padre violento y una madre sumisa, quizá no sería capaz de darme el valor que merezco tener, quizá no sabría reconocer la violencia y estaría permitiendo el abuso. El vivir ese ambiente me permitió ser una mujer fuerte, decidida, independiente emocionalmente.

Lo mismo sucede con mi esposo. Si él no hubiera experimentado la burla de su familia, si no supiera lo que es el fracaso, si sus sueños no hubieran sido aplastados, probablemente ahora no le estaría dando a su hijo la oportunidad de luchar por sus sueños, quizá no sabría cómo apoyarlo y ser el padre paciente y solidario que es.

Es cierto, nuestras familias no nos dieron alas por miedo a perdernos y en el proceso nos perdieron. No nos dieron raíces sanas por ignorancia y están pagando las consecuencias. Pero no podemos culpar a nuestros padres por ello.

Parte de madurar y de ser capaces de ser padres sanos que le ofrezcamos a nuestro hijo raíces sanas y alas fuertes, es precisamente tomar en nuestras manos la responsabilidad de nuestra propia vida y reconstruirnos a nosotros mismos.

Ahora, mi esposo y yo nos hemos convertido en árboles y nuestro pajarillo cada vez tiene las alas más fuertes, sé que pronto podrá volar y lanzarse al abismo, y estoy tranquila por ello. Tiene la raíz más importante: nuestro amor. Y las alas más hermosas: las que son libres del miedo.

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