martes, 12 de julio de 2016

¿Por qué educo en casa?



 

 

1ª parte: Las razones por las que la gente cree que educo en casa


Eso es algo que muchas personas me han preguntado, es más, yo misma me lo cuestioné en un principio, incluso con mi esposo mantuvimos una discusión muy enriquecedora sobre por qué y para qué educar a nuestro único hijo en casa, y llegamos a la conclusión que no hay una sola causa; pero sí muchas ideas preconcebidas al respecto.
Las personas que me preguntan por qué elegí el homeschooling generalmente creen que es por alguna de las siguientes razones:


  • Pienso que la escuela, y en general el sistema educativo, son una porquería y que no funcionan, que la enseñanza es mediocre y que las de paga son demasiado caras y no puedo optar por ellas.
  • Quiero tener a mi hijo en una burbuja para protegerlo, porque me da miedo que sea víctima de bullying o que termine trágicamente como muchos niños en este país, abusado por un maestro o por sus propios compañeros.
  • Tengo miedo de la delincuencia y creo que mi hijo estará mejor en casa, donde lo puedo vigilar siempre y me niego a darme cuenta que al hacerlo así no le doy las herramientas necesarias para que aprenda a defenderse.
  • Soy la clásica “contreras” que piensa que el sistema está podrido, que no hay nada que hacer y educo a mi hijo para que sea un anarquista desde pequeño.


¿Se identifican? ¿Les ha pasado? ¿Se han cuestionado si alguna de estas razones son sus razones? En mi caso sí me lo cuestioné y me di cuenta de varias cosas.

En primera, sí creo que el sistema educativo nacional está mal. Terriblemente mal. Porque sus políticas son inadecuadas para la realidad mexicana, porque su oferta es insuficiente ante la demanda, porque muchos de sus maestros están mal capacitados y peor motivados, porque dentro hay nepotismo, corrupción, negligencia y apatía.
Pero tengo que reconocer que también está la otra parte, porque conozco maestros y escuelas donde las cosas funcionan bien, donde sí hay una preocupación por parte de su personal para que los niños aprendan bien y desarrollen capacidades de socialización, valores y aprendan a comunicarse. Cierto que no son todas, ni muchas, pero existen. Entonces no todo está tan mal en el sistema.
Por otra parte, las escuelas privadas no son lo mejor, ya las probé. Son caras, es cierto, su nivel académico es por mucho superior a cualquier escuela pública. Los niños aprenden a desarrollar sus habilidades lectoras y matemáticas de maneras superaltivas. Sin embargo, en la gran mayoría existe un desinterés por formar humanamente a los alumnos y ese desinterés es compartido por los padres de familia, muchos de los cuales (ojo, no todos) sólo buscan un lugar donde dejar a sus hijos por 8 horas o más, para ellos dedicarse a lo que les interesa.
Así que no, la razón para educar en casa no es porque crea que en la escuela va a estar mal preparado o que no lo van a formar o que no reconocen su potencial o que no se adaptan a su “especial” forma de ser.

Viene luego el hecho del bullying. Es cierto, el acoso escolar ha crecido exponencialmente en los últimos tiempos, no sólo en frecuencia sino en intensidad. Porque ha existido desde siempre, pero ahora se rompen todos los límites, se vuelve tan agobiante que incluso ha llevado a muchos niños al suicidio y otros han sido asesinados (sí es fuerte, pero real) por sus propios compañeros.
Sin embargo, el acoso es algo que mi hijo va a enfrentar en todas partes y que, de hecho, enfrenta, lo hace en el parque cuando lo llevo a jugar, en las fiestas, donde se supone se va a divertir, en el centro comercial, en su propia familia porque sus primos son buleadores profesionales, en el transporte público, en el cine, en fin, en esta sociedad acosadora, mi hijo (y yo también) enfrenta el bullying constantemente y no lo puedo evitar. No puedo protegerlo todo el tiempo, ni tampoco debo, no es sano. No quiero que viva en una burbuja y, de hecho, no lo hace.
Entonces tampoco es por el bullying, porque creo firmemente que es algo que  no le tengo que evitar, antes bien, debo enseñarle a manejarlo, debo formarlo como una persona resiliente, capaz de superar la burla, la humillación, la violencia y transformarla en incentivos para crecer y ser mejor persona.

¿Si le tengo miedo a la delicuencia? Creo que todos tenemos ese miedo, vivimos con él en un país donde el simple hecho de salir a la calle te pone en peligro. Ni siquiera en casa estás a salvo, porque hasta de allí han secuestrado a personas. Y a pesar de eso seguimos saliendo, con mi hijo vamos al cine, al cajero, al parque, a la playa, al súper, a la feria del libro, a caminar, en fin, no permitimos que el miedo nos domine.
Bueno, tampoco es miedo a la delincuencia. Porque siempre he pensado que si el miedo te paraliza, ya estás muerto. La vida hay que vivirla, aunque haya muchas posibilidades aterradoras en ella, siempre está la otra cara, esa donde las posibilidades son maravillosas y esperanzadoras. En mi caso, las segundas siempre han superado a las primeras y así educo a mi hijo, para que el miedo sea una herramienta y no un obstáculo.

Entonces soy “contreras”. Pues sí lo soy, pero esa no es la razón de haberme decidido por el homeschooling. El hecho de que yo le lleve la contra a todo el mundo, no significa que deseo que mi hijo también lo haga, él es un ser aparte, que debe tomar sus propias decisiones y vivir su propia vida. Eso lo tengo más que claro. Por otro lado, su padre no es nada contreras, es amante del sistema, y él también tiene voz y voto en la educación de su hijo. Así que esta razón tampoco es real.

2ª parte: Las verdaderas razones por las que educo en casa

Vaya, me he quedado sin razones, al menos sin las que todo el mundo cree que son razones para educar en casa. Lo curioso es que, si observan, todas son negativas. En serio que lo reflexioné y lo medité profundamente. En serio que hablamos y hablamos horas interminables con mi esposo. En serio que tomamos en cuenta a nuestro hijo al momento de decidir. Finalmente, me di cuenta que tengo dos tipos de razones: las prácticas y las idealistas.

Las primeras son meramente organizativas y de salud, el ritmo de vida que nos imponía la exigente escuela en que había inscrito a Sacha, más mi trabajo fuera de casa y mis jornadas combinadas con el hogar, simplemente pasaron la factura, así que un buen día dejé de correr.

Ahora con el trabajo desde casa y con Sacha todo el día sin horarios absurdos de más de 8 horas metido en una escuela, más las dedicadas a actividades extracurriculares, todo es tranquilidad y calma. Ambos mejoramos mucho en salud, hemos recuperado la alegría de vivir y tenemos una mejor comunicación madre-hijo, sin estrés ni presiones.
Con mi esposo también todo mejoró, porque ahora tanto mi hijo como yo tenemos tiempo para convivir con él cuando llega de trabajar. Y él nos dedica sus días de descanso sin que tengamos que interrumpirlo porque hay que ir a alguna actividad extraescolar que contará puntos para la calificación de fin de año.
Así que en primer lugar la razón para desescolarizar fue la salud mental, física y emocional, tanto de mi hijo, como de mi esposo y mío. Ahora sí que pasamos tiempo familiar de calidad y en cantidad.

Luego están las razones idealistas.

En mi caso, soy una mujer harto aprensiva, socialmente comprometida y algo activista. Así que siempre me estaba cuestionado el mundo que le iba a dejar a mi hijo, pero también me preguntaba continuamente ¿qué hijo le estaba dejando al mundo?
Cuando Sacha estaba escolarizado, el ser en que se estaba convirtiendo no me gustó. No me gustó para nada. Comenzaba a ser muy snob. Hacía cosas por agradar a sus compañeros para ser aceptado, tenía miedo de ser el mismo porque se burlarían los demás. Siempre estaba cansado, con ojeras, demasiadas responsabilidades a muy temprana edad. Siempre estaba estresado y aprensivo, pues vivía jornadas de 7:40 am a 4:00 pm en la escuela, pues además de las asignaturas normales llevaban TaeKwonDo, música, deportes, clase de valores, círculo de lectura y a eso había que sumarle las veces que a las maestras se les ocurría ocupar nuestros sábados y domingos para carreras, competencias, conciertos, etc., todo claro con su consabido reporte y evidencias para saber que sí estuvimos ahí.
Estaba convirtiendo a mi hijo es un ser malhumorado, cansado, estresado, competitivo mala leche, inseguro, siempre pendiente de la aprobación de los demás, poco original, limitado.
Ese no era el hijo que le quería dejar al mundo.
Y luego estábamos su padre y yo, que comenzábamos a pelear por dinero, porque nunca alcanzaba, porque todo se iba en la colegiatura, los uniformes, los útiles escolares y un sinfín de gastitos que la escuela iba generando. Tampoco me gustaba en qué se estaba convirtiendo mi familia.
Si bien la idea del homeschooling había nacido en mí desde que mi hijo nació, no me decidí desde ese primer momento, porque mi mente era muy estructurada y quería preparar a mi hijo para el éxito. Tal como su padre y yo, nuestro hijo tenía que ser exitoso. Y en mi caso, creía firmemente que el éxito venía de una escuela de paga, amistades adecuadas y un calendario siempre ocupado.
La vida se encargó de demostrarnos que el éxito es relativo. Un buen día lo perdimos todo menos nuestra vida. Aún así, todavía tuvimos que andar un largo trecho hasta lograr desestructurar la mente, convencernos de que no existe un único camino para el éxito, que el éxito no necesariamente es una casa, un coche y dinero en el banco. Que la felicidad, la convivencia, el respeto y amor hacia uno mismo, y una larga conversación seguida de un abrazo, también es éxito, y es un éxito más duradero y memorable que el otro.
Así que allí estaba la otra razón, muy idealista quizá, quería que mi hijo tuviera esa “rara” clase de éxito, la que deja una sonrisa al final de la vida, muchos recuerdos memorables y nuestro nombre grabado en el corazón de las personas que fueron importantes para nosotros.
Y me di cuenta, y lo hablé mucho con mi esposo, que para lograrlo necesitábamos educar diferente a nuestro hijo: no en la competencia, sino en la cooperación; no en la meta, sino en el camino; no en el precio, sino en el valor.
Pero para eso se requería toda una construcción de vida, había que formarle el carácter para que tuviera el valor de seguir sus sueños. También era necesario darle mucho amor y convivencia y charlas. Teníamos que conocernos a fondo, en todas las situaciones y momentos. Y para eso necesitábamos tiempo.
Piénsenlo, si pasábamos todo el día entre el trabajo, la escuela, las actividades extracurriculares, los compromisos de fin de semana y las agendas apretadas ¿dónde quedaba el tiempo para convivir? ¿Cuándo había tiempo para hablar y apapacharse? ¿En qué momento podíamos parar y ver las estrellas?
No, necesitábamos tiempo. Necesitábamos detenernos. Y eso fue lo que hicimos. Fue todo un cambio de paradigma, sobre todo para mi mente acostumbrada a lo esquemático, a los objetivos y las metas, con calendarios, agendas y tiempos establecidos.
Así que, a fin de cuentas, esta era la verdadera razón de todo: decidimos hacer homeschooling para darnos tiempo. Y el tiempo trajo la salud y la comunicación a nuestras vidas, renovó el amor y está construyendo lazos increíblemente fuertes.

5 comentarios:

  1. Genial Martha, has revelado mis razones en tu escrito, gracias por recordármelas. Un abrazo

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  2. Genial Martha, has revelado mis razones en tu escrito, gracias por recordármelas. Un abrazo

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    1. Me alegra que compartamos las mismas razones, creo que, en el fondo, todas las familias que hemos elegido el homescooling como estilo de vida, lo hacemos buscando tiempo para estar juntos. Un saludo

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  3. Gracias Martha, esto es textualmente lo que muchas vivimos, mil gracias besos por plasmarlo de tal manera que el mundo lo entienda. Genial.

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    1. Qué bueno que te sirvió, la idea de este blog es para eso, para compartir el camino que todas andamos

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